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Destinada A Ser Su Esposa

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Introduction

Tania era una chica miserable. Su madre murió cuando era muy pequeña. Su padre y su madrastra siempre la despreciaban. Tras ser traicionada por su primer amor, no podía entregar su corazón a nadie más. Obligada a casarse con un desconocido en beneficio de su familia, debía concebir el hijo de su marido en un plazo de dos años. Sin embargo, no esperaba que su marido fuera el hombre que la abandonó ocho años atrás. Además, él ni siquiera la reconocía. Odiaba este matrimonio porque ya tenía novia. Se negó a tener hijo con Tania. Habiendo sido herida por este hombre dos veces, ¿podría finalmente encontrar su felicidad?
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Chapter 1

Tania Leiva observaba el papel en sus manos, que temblaban descontroladamente, mientras una lágrima se deslizaba en silencio por su mejilla, pálida y delicada. Trataba de contener el sollozo que se quedaba atorado en su garganta, provocándole un ardor intenso. Sentía su corazón y su alma desgarrarse, como si incontables cuchillas afiladas traspasaran su ser, consciente de que su vida estaba por desmoronarse incluso antes de haber realmente empezado.

Después de lograr huir de su vida fría y miserable en Ciudad S, lejos de su despiadado padre, su detestable madrastra, y su hermana, se encontraba de nuevo atrapada, convocada a su antiguo hogar como si fuera un mero objeto sin voluntad. Su destino era cumplir el rol que su padre había decidido para ella, como una pieza de intercambio para favorecer al Conglomerado Leiva, el imperio familiar.

Se dejó caer cuando sus rodillas flaquearon, temblando, hasta colapsar en el sofá que la evitó de una dura caída. Las lágrimas comenzaron a caer una tras otra por su rostro. La angustia de estar tan cerca de la libertad y, al mismo tiempo, tan lejos, era insoportable. Se daba cuenta de que nunca podría liberarse de ser la hija mayor de la familia Leiva y todo lo que ello implicaba, a pesar de que su padre nunca la había tratado realmente como tal.

Con esfuerzo y dedicación, había obtenido una beca para estudiar en una prestigiosa escuela de arte en Ciudad C, todo por sus propios méritos, demostrando su compromiso por su libertad. Ana, su madrastra, había logrado persuadir a su padre para que la dejara ir, liberándola de su presencia, algo que ella misma deseaba desde que se casó con él, cuando Tania era solo una niña. Pero apenas ocho semanas después de haber experimentado la felicidad, él se arrepentía de su decisión, aflojando su control solo para volver a imponerlo con firmeza.

Se convirtió en su faro de esperanza en una existencia sombría, brindándole la posibilidad de realizar sus aspiraciones de ser una artista reconocida, capaz de sostenerse por sí misma y llevar una vida sencilla, alejada del entorno de la familia Leiva y todo lo que implicaba. Un ámbito lleno de elitismo, familias adineradas y poderosos empresarios a lo que nunca tuvo acceso, ni deseó integrarse. Si la crueldad y frialdad eran características comunes entre ellos, como lo eran en su familia, prefería mantenerse al margen de tal círculo social y estilo de vida.

Ciudad S representaba un cúmulo de recuerdos dolorosos: noches heladas y el fallecimiento de su madre sin haber tenido la oportunidad de conocerla. Tania jamás experimentó el amor, la devoción o el calor de un hogar en el que debería haberse sentido valorada. Todo lo que recibió fue un trato despectivo, como si fuera un animal callejero al que se le golpea sin piedad. Solo conoció el rechazo y la indiferencia por parte de quienes la rodeaban, exceptuando a aquellos que recibían pago por cuidarla.

¿Acaso no era la muerte de su madre durante su nacimiento la razón del resentimiento de su padre? La pérdida de su amor debido a la existencia de Tania era un recuerdo constante, rememorándole que era la responsable de su desgracia, una «niña m*ldita» que le arrebató el amor de su vida por su propio acto de egoísmo.

Al nacer Jazmín, su hermanastra, Tania albergaba la esperanza de que su padre pudiera superar su amargura y ella pudiera encontrar en la niña la calidez de una relación fraterna. Sin embargo, se equivocaba profundamente… Ana la despreciaba, envidiaba su belleza natural y su serenidad, y no tardó en proporcionarle a su esposo otra hija que ocupara el lugar de la niña que más lo había decepcionado, inculcando en Jazmín la idea de que Tania era una enemiga y una rival por la herencia y posición dentro de la familia Leiva.

Jazmín, quien era siete años menor que Tania, demostraba ser tan cruel y despreciable como sus progenitores, pero incluso más venenosa, por el resentimiento de no ser la única hija y «princesa» de la familia, como ella deseaba. Para Jazmín, su hermanastra no era más que una molestia en su camino.

Al leer esas palabras una vez más, Tania se encontró incapaz de respirar ante la desesperación, sintiéndose asfixiada mientras cada palabra, como cuchillas de tinta negra sobre el papel, laceraba los restos de su cordura. Sus lágrimas, mezclándose con la tinta, arrastraban consigo el color a lo largo del papel.

«Te ordeno que regreses a casa inmediatamente tras recibir esta carta. Hemos concertado tu compromiso con el joven hijo de la familia López, dado que eres la primogénita de los Leiva y ambas familias anhelamos fortalecer nuestra posición en el ámbito corporativo mediante esta unión. Espero que acates esta orden; de lo contrario, tomaré medidas para sacarte de Estados Unidos por el medio que sea necesario, y me aseguraré de que tu estancia aquí sea insoportable. Es tu deber volver sin demora y empezar los preparativos para asumir tu rol como la futura Señora López. No toleraré más decepciones. He invertido tiempo y recursos en tu crianza hasta la adultez y espero una retribución en forma de obediencia y colaboración. No manches nuestro apellido haciendo caso omiso a mi petición. Encontrarás adjunto los detalles de tu viaje y el boleto para tu partida inmediata».

La carta carecía de cualquier indicio de amor o afecto. No contenía un llamado a considerar a su familia, ni ofrecía alternativas o un tono amable. No había ni la más mínima señal de interés por su bienestar en los últimos meses ni de preocupación paterna. Solo las habituales exigencias, órdenes, y el acostumbrado veneno que había enfrentado durante toda su existencia…

Al leerla, la voz de su padre retumbaba en su mente, haciéndola escuchar el desdén y la amargura característicos de su trato hacia ella. Ahogada en lágrimas y sin fuerzas para reaccionar, se sentía morir un poco más por dentro. Había perdido toda voluntad de luchar, desgastada por años de soportar esa cruel soledad. Consciente de la insignificancia de resistirse y de que su estancia en el extranjero pendía de un hilo debido a su beca, la cual no duraría eternamente. Sabía que él tenía el poder de revocarla y enviarla de vuelta a Ciudad S para enfrentarse a un destino aún más cruel si desobedecía.

Ignoraba completamente quién era el joven hijo de la familia López, un linaje de tal magnitud en riqueza, renombre y poder, que nunca se le había permitido siquiera interactuar con ellos. Tania fue excluida de cualquier evento, cena o gala que pudiese beneficiar a los Leiva, considerada una mancha en la impecable imagen de perfección que su padre pretendía mantener. Era la vergüenza que siempre ocultaban.

Ella frunció el ceño, reflexionando sobre la razón por la cual su padre la consideraba apta para unirse en matrimonio con alguien de tan elevado estatus. Comprendió, con un sentimiento de desaliento aún mayor, que Jazmín, con solo diecisiete años, era demasiado caprichosa como para aceptar un matrimonio que no se basara en el amor y la devoción. Su padre jamás sometería a su adorada hija a un arreglo matrimonial de ese tipo… A su media hermana le encantaba ser el centro de atención y tontear con sus admiradores, por lo que sería considerado indigno para ella ser compelida a casarse por conveniencia. Como siempre, Jazmín tenía que ser consentida y protegida.

Tania era consciente de que su padre contaba con su tendencia a la sumisión y su carácter apacible para manipularla y utilizarla a su antojo, anticipando que el matrimonio implicaría ciertas condiciones que tendría que sobrellevar. No era tonta y estaba familiarizada con ese tipo de arreglos matrimoniales, que implicaban proveer descendencia, nombre, apoyo financiero y, eventualmente, llevar a una separación, seguida de una vida marcada por el estigma del divorcio. Esperaba que la duración de su matrimonio fuese breve y que el interés radicase únicamente en solidificar algún tipo de alianza comercial. La idea de pasar más de unos pocos años vinculada a ese desconocido le resultaba insoportable. Por suerte, el divorcio entre la gente de la élite estaba siendo más aceptado y ya no cargaba con el estigma de antaño.

Resignada a su suerte, tomó su teléfono para buscar -con una mezcla de curiosidad y temor- quién era el joven hijo de los López. Consciente de que no tenía escapatoria, era lo único que podía hacer para distraerse de su propia angustia. Decidió ser proactiva y tratar de mantenerse entera mientras su vida parecía desmoronarse a su alrededor.

Su respiración se cortó al ver numerosas imágenes de él en eventos de gala, que hicieron que sus lágrimas se secaran de inmediato. Se encontró con una abundancia de retratos editoriales, fotografías capturadas por paparazzis, coberturas noticiosas y mucho más. Él ya era bastante conocido, al punto de que su perfil en las redes sociales figuraba entre los primeros resultados de búsqueda, dejándola indecisa sobre si profundizar más. A ella le parecía más una celebridad que el heredero de un imperio empresarial. Y dado que nunca había seguido las noticias ni las redes sociales con atención, desconocía completamente a ese chico…

Sebastián López, de veintiséis años, destacaba por su hermosura, la cual rozaba la perfección y parecía esculpida por los mismos dioses, gracias a un físico alto y definido que resultaba casi surrealista. Mantenía una postura erguida y firme, irradiando seguridad en su atractivo. Lo más peculiar eran sus ojos de un verde inusual, que resaltaban en su hermoso rostro de rasgos asiáticos y párpados simples, enmarcados por cejas rectas y meticulosamente arregladas. Su apariencia era simplemente impactante…

Tenía el aspecto de un actor de cine, con un peinado atractivo y moderno, más largo en la parte superior, pero corto en los laterales y la nuca, teñido de un castaño claro en vez de su color negro original. Su imagen irradiaba riqueza y vanidad. Su presencia, oscura y misteriosa, vestida con ropa de alta costura y una expresión fría y noble, podía cautivar a cualquier mujer. A pesar de su juventud, su porte y mirada denotaban una firmeza innata.

El contemplar su atractivo le permitió, por un instante, olvidar sus preocupaciones, pero algo en su expresión la impulsó a fijarse más detenidamente en su rostro. Su corazón se aceleró y sus manos temblaron ante la reacción emocional que suscitaba. Un nerviosismo la embargó, empujada por un pensamiento persistente que la incitaba a examinar las imágenes con mayor atención.

Entre las fotografías, una en particular, donde él sonreía de manera natural y desprevenida, captó su atención, evocando una sensación de familiaridad profunda. Esa sonrisa transformaba su expresión de distante a genuinamente encantadora, revelando una posible calidez oculta. Inicialmente, no pudo determinar de dónde le resultaba conocido, solo se sentía impulsada a investigar más sobre él entre el sinfín de artículos disponibles. Aunque en muchas fotografías aparecía acompañado de mujeres, optó por ignorar esos detalles, centrándose en encontrar otra imagen de esa sonrisa.