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El juego de la Araña

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Mafia

El juego de la Araña PDF Free Download

Introduction

Katherine Montgomery parece una chica corriente en su último año de universidad, con una vida carente de emoción y riesgos. Lo que pocos saben es que lleva una doble vida. Cada noche se vuelve la jefa de un club nocturno y toma su papel como «La araña». Aiden Volkov conoce su secreto y tiene un trabajo para ella, lo que la llevará a un juego en el que podría perder más de lo que piensa. ** Para mis lectoras, para cada Cassie y Katherine que habita en vosotras. Sois fuertes. Y para mi madre, mi ejemplo de mujer fuerte. *** Cuando dos personas que se quieren chocan, no se mezclan, se rompen. Anatole France ** Nota de advertencia al lector: este libro está destinado a un público adulto debido a la presencia de temas que pueden dañar la sensibilidad del lector. El libro consta con el uso de vocabulario soez, además de la presencia de escenas de carácter explícito: contenido erótico, abuso sexual y contenido violento, entre otros.
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Chapter 1

KATHERINE

El club está concurrido como siempre, desde mi asiento puedo ver como la pista está repleta de personas que contonean sus cuerpos al ritmo de la música. La verdad es que hace tiempo que este ambiente ha dejado de sorprenderme. Me paso la gran mayoría de noches entre estas paredes, mi sitio de trabajo, mi refugio y también mi cárcel. Todo a la vez.

—¡Kathy! —grita una voz conocida a mi espalda.

Al volverme me encuentro con la encantadora sonrisa de Dash y sus ojos que me miran con diversión. Eso traducido a mi idioma significa que algo pasa y no precisamente algo que me vaya a gustar. Claro que a él le encanta todo lo que me hace enfadar por el simple hecho de verme enfadada, pero bueno, ¿quién soy yo para juzgarlo? Cada loco con su tema.

—Déjame adivinar —digo con cara de pocos amigos—. Algo ha pasado en el club. Escúpelo.

—Hay alguien que insiste —hace hincapié en esto— en querer hablar. Ya le he dicho que no atiendes a nadie sin cita previa, pero de verdad que el condenado no para de insistir.

—Bueno, tú mismo lo has dicho, no atiendo a nadie sin cita previa.

Rodeo su hombro y me pongo en marcha hacia mi despacho.

Dash y yo tenemos una relación complicada, por llamarlo de alguna manera. No es fácil ser el empleado de una chica con la que te has enrollado una vez, bueno dos, puede que tres o… muchas veces, y que encima justo te ha dejado por este maldito club. Pero el destino es caprichoso y Dash acabó trabajando para mí después de todo. Intentamos que la relación cordial funcione y ser lo más profesionales que podemos, aunque es un poco difícil cuando entre nosotros flota siempre un aire cargado de odio y tensión sexual a partes iguales. Su pelo castaño, esos ojos verdes que siempre te miran traviesos y esa sonrisa diseñada por los mismísimos dioses estuvieron a punto de enamorarme tiempo atrás, ese tiempo en el que no tenía una reputación que mantener ni un club que vigilar.

Los dos guardaespaldas que mi padre tiene contratados para mí hacen que el camino de regreso a mi despacho ocurra sin incidencias, nada de codazos, vasos derramados ni cosas típicas de club nocturno. Abro la puerta maciza pintada de negro y me meto dentro no sin antes encender la luz. Este es el único sitio donde puedo tener un respiro de vez en cuando durante las noches del club, así que me dejo caer encima del mullido sillón rojo frente al escritorio de caoba negro. Encima hay varios papeles, algunos son simples facturas, pero otros son encargos muy especiales. Les echo un rápido vistazo, consciente de todo el trabajo que tengo pendiente por hacer. Durante mi lectura empiezo a escuchar que se forma bastante ruido frente a la puerta, al principio pienso que será algún borracho que se ha equivocado buscando los baños, luego me doy cuenta de que es alguien insistiendo en entrar a mi despacho. Me levanto del sillón y camino decidida haciendo resonar mis tacones.

—Solo será un momento… —Escucho que dice alguien al otro lado de la puerta—. No me llevará más de dos minutos.

Abro la puerta y al mirar hacia arriba me encuentro directamente con unos ojos grises que me miran como si fuese la cosa más divertida del mundo. Mis guardaespaldas tienen sus brazos por delante de su cuerpo, impidiéndole entrar o acercarse a mí. Le caen algunos mechones rebeldes negro azabache sobre la frente y su camisa impoluta de niño pijo está un poco arrugada.

—¿Se puede saber qué coño está pasando? —Enarco una ceja en su dirección y paso los ojos de los guardaespaldas al chico.

—Lo sentimos, jefa. Este chico insiste en verte.

—No atiendo sin cita previa.

—Justo le estábamos diciendo eso.

Le hace un gesto con la cabeza a su compañero y este coge al chico de ojos grises por la pechera de su camisa. Me doy la vuelta para volver a mi trabajo, pero el chico de alguna forma consigue agarrarme la muñeca. Tendré que hablar con mi padre sobre la eficacia de sus guardaespaldas.

—Mi padre quiere contratar tus servicios, araña.

Me quedo mirándolo fijamente. Si sabe cómo me llaman por los bajos fondos es porque alguien le debe de haber contado sobre mí y, normalmente, elijo muy bien a mis clientes. Medito durante unos segundos si dejarle pasar hasta que al final cedo y le indico con un movimiento de cabeza que pase dentro. Él les dedica un gesto burlón a mis guardaespaldas, como queriendo decir «¿A que no era tan difícil?», y me sigue dentro del despacho.

—Bien— Cruzo los brazos bajo mi pecho—. ¿Qué es lo que quiere tu padre de mí?

—Tus servicios, ya te lo he dicho.

Es evidente que está intentando burlarse de mí.

—Parece que no era tan importante lo que tenías que decirme después de todo—digo de nuevo camino a la puerta—. Tengo demasiado trabajo como para aguantar bromitas de niño pijo.

—Vale, vale— Alza las manos en un gesto conciliador—. Joder, alguien se ha despertado con el pie izquierdo esta mañana.

—Siempre me despierto con el pie izquierdo— Le dedico una sonrisa llena de

veneno—. Mira si lo que quieres es jugar o pasar el rato, no tengo tiempo. Como podrás ver por el aspecto de mi escritorio, tengo más trabajo del que te puedas imaginar.

Me dirijo de nuevo a mi sitio detrás del escritorio y cruzo las manos frente a mí, esperando que hable o que se marche por donde ha venido. La verdad es que ahora que lo miro con detenimiento, es un niño pijo atractivo. Tiene la piel ligeramente bronceada y la forma en que las mangas de su camisa se adaptan a su cuerpo deja claro que está en forma. Sus cejas son totalmente negras y arqueadas de una forma elegante, junto a sus ojos es lo que hace que te quedes más rato de la cuenta mirándolo. Ojos que, por cierto, están justo ahora mismo mirándome mientras yo hago mi escrutinio personal.

—Un amigo de mi padre le recomendó tus servicios y quiere contratarlos. Me dijo que me disculpara por no venir él mismo, pero ya sabes— Dedica un gesto burlón en mi dirección—. Está haciendo cosas de ricos y todo eso.

—¿En qué consiste el trabajo?

—Poca cosa. Mi padre quiere que extiendas tus telas de araña y le consigas cierta información sobre un socio suyo.

Es un trabajo demasiado fácil para la insistencia que ha mostrado antes. Para mí es muy sencillo extender todas mis telarañas y conseguir la información que quiera. De ahí el nombre por el que me conocen. Araña. Tengo muchas conexiones, muchas personas dispuestas a prestarme sus oídos o tal vez más que eso, guardo muchos secretos de muchos individuos. Me dedico sobre todo a la obtención de información, pero a veces hago encargos especiales de otra índole. Eso sí, no me mancho las manos de sangre. Es uno de mis límites.

—¿Solo eso? —Enarco una ceja de nuevo—. ¿Me estás diciendo que no podías esperar a obtener una cita por algo tan sencillo como eso? ¿Dónde está la complicación?

Se mete las manos dentro de sus bolsillos y me lanza una sonrisa de lado.

—Bueno, no estoy al tanto de todos los pensamientos de mi padre. Solo sé que parece un socio que podría estar metido en temas… —Se detiene, pensando cuál sería la palabra correcta para definirlo—. Muy ilegales.

—Dile a tu padre que, si de verdad quiere mis servicios, deberá presentarse ante mí él mismo y contármelo todo. No a su hijo que no tiene ni idea de nada.

Suelta una carcajada a la vez que saca las manos de sus bolsillos y se rasca la nuca. Algo en él me huele extraño. Aún no sé el qué, pero cada vez que lo miro siento que las cosas no encajan correctamente. Noto sus hombros tensos bajo la camisa y la sonrisa es demasiado falsa para ser real ahora que lo miro mejor. Da la sensación de ser una muñeca formada con partes de otras muñecas que no encajaban bien entre sí. Una reflexión un tanto extraña dado que yo soy la primera que cada día tiene que componerse así misma con cosas que no le pertenecen y fingir ser otra persona.

—Entonces, ¿considerarás la oferta?

—Sí, pero solo la consideraré. Cuando tu padre decida regalarme su presencia, entonces hablaremos de verdad.

Con eso doy la conversación por finalizada y me levanto de mi asiento, esperando que sea señal suficiente para que capte la indirecta y se vaya. Qué sorpresa, no lo hace. Está siendo un verdadero grano en el culo.

—Qué desconsiderado por mi parte, no me he presentado— Se acerca al otro lado del escritorio que nos separa y toma mi mano apretándola con fuerza. Su mano está demasiado caliente en comparación con la mía—. Soy Aiden Volkov.

Le sostengo la mirada mientras nuestras manos se estrechan con fuerza. Casi demasiada. Su mirada se vuelve desafiante a la vez que traviesa, como si él supiese algo que yo no sé. Cosa que cada vez parece más probable dada esta sensación extraña internada en mi estómago. Le suelto la mano cuando creo que las formalidades han sido más que cumplidas y le muestro una sonrisa que espero que le deje claro que ya puede marcharse y dejarme tranquila.

Parece que sí.

Mientras lo veo marchar hasta la puerta apoyo los brazos de espaldas al escritorio, y no voy a mentir, tengo unas increíbles vistas. Los pantalones negros de traje se le ajustan a la perfección justo en los lugares donde tienen que ajustarse. Los dioses han querido regalarme dos segundos de disfrute visual. Justo cuando está a punto de salir del despacho, sujeta la puerta con la mano, me mira una última vez y agrega:

—Nos veremos pronto, Katherine.

La puerta se cierra tras él y me deja ahí plantada. Katherine. Ha dicho mi nombre. Nadie conoce mi nombre real, al menos nadie que tenga que ver con el trabajo, solo personas muy concretas bajo mi mando. No es algo que sea realmente inquietante, pues mis dos mundos no suelen cruzarse, trabajo arduamente en que así sea, pero no me hace especial ilusión que una persona como él sepa mi verdadero nombre. No parece el tipo de persona inteligente que sabe qué información revelar y cuál no. ¿O sí? Además, todo ha sonado como una especie de promesa, o peor aún, una amenaza.

Decido no pensar más en el tema y ponerme de nuevo a echarle un vistazo a los papeles del escritorio. Tengo que estudiar bien mis encargos para poder empezar a tirar de los hilos y conseguir información. Es mi deber cerciorarme de que los trabajos no conlleven nada para mí ni para las personas bajo mi cargo, no queremos que nos salpique la mierda. Menos yo, que me vi arrastrada a todo esto por una especie de legado familiar y no quiero que este retorcido legado acabe con mi futuro. Más de lo que ya lo está.

Alguien toca a la puerta y, de verdad, estoy empezando a ponerme furiosa. ¿Es que una no puede trabajar en paz esta noche?

—Al final lo ha conseguido, eh—dice Dash entrando a mi despacho como si fuese el rey del lugar. En realidad, es el rey de tocarme los ovarios. Lo ignoro, con la esperanza de que se vaya, pero qué ilusa soy, ¡Dash disfruta tocándole las pelotas a la gente!—. ¿Y qué querían al final? Algo gordo supongo para insistir tanto.

—Nada que te incumba. —Alzo la vista de los papeles tras unos segundos—. Sabes que lo que hable con mis clientes o futuros clientes no te incumbe. Tú solo estás aquí para hacer lo que se te ordene, no para hacer preguntas. Creo que mi padre fue muy explícito en ello.

Sé que mencionando eso su humor se verá fastidiado, muy fastidiado. El odio que existe entre nosotros es a raíz de mi padre. Mi padre me obligó a atender este club. Mi padre descubrió trapos sucios del padre de Dash. Dash acabó bajo el yugo de mi padre e indirectamente del mío. Todo a fin de cuentas se reduce a mi padre.

—No me fío de ese tío —suelta—. Parece un chulo. ¿Quién se hace el chulo cuando va a pedir un favor a la araña?

—Estamos de acuerdo en algo por fin.

Me levanto del asiento y voy hasta el perchero donde tengo mi abrigo. He decidido que ya está bien por esta noche, es más que obvio que no podré trabajar hoy. Los astros no se han alineado a mi favor, al parecer. Me pongo el abrigo encima del vestido negro ceñido que llevo y siento el peso de la mirada de Dash mientras abotono cada botón.

«Disfruta de las vistas, Dash»

—Infórmame si ocurre algo importante en lo que queda de noche—sentencio cogiendo mi bolso—. Aunque lo dudo.

Apenas quedan dos horas para el cierre del club y a estas alturas lo que queda son casi todo borrachos. Lo peor que puede pasar es que se peleen. Mando un mensaje a mi chófer bajo la atenta mirada de Dash y luego salgo del despacho. Mis guardaespaldas me acompañan hasta la salida para evitar cualquier incidente y nada más bajar las escaleras del club me adentro en el coche que me espera.

Pasan unos minutos y cuando siento que ya estamos lo bastante lejos como para que nadie pueda verme me quito de un manotazo la peluca pelirroja de pelo corto que llevo cada noche de club para ocultar mi identidad lo máximo posible.

—¿Un día largo, señorita Katherine? —dice John, el chófer de la familia.

—No te lo puedes ni imaginar.

Escucho como suelta una pequeña risa que, para ser sincera, me resulta reconfortante. En el club todas las risas que comparto suenan vacías. Supongo que es normal, es el trabajo, no estamos allí para divertirnos, pero a veces se siente realmente mal que todo el mundo te dedique sonrisas vacías. No estoy allí porque quiera, estoy allí porque es mi obligación y esa obligación pesa sobre mis hombros como mil demonios.

El resto del trayecto sucede en un silencio reconfortante hasta que llegamos a la entrada principal de la que es mi casa. No espero a que nadie abra mi puerta, salgo rápido del coche y subo las escaleras lo más rápido que mis tacones me permiten. La casa ya no tiene luz dentro, normal dada las altas horas de la madrugada que son. Me quito los tacones con un puntapié, sintiendo un alivio en las plantas de mis pies que no podría describir ni en mil años. Me dispongo a subir las escaleras hacia mi cuarto con el mayor cuidado posible. Estoy a medio camino cuando me parece ver luz por debajo de la puerta del despacho de mi padre.

¿Qué hace despierto tan tarde? Me debato si bajar para decirle que he llegado, pero la verdad es que el cansancio que tengo es mayor que mi obligación de ser una buena hija en este momento. Así que subo el tramo de escaleras que me falta y me encierro en mi cuarto sin hacer ruido al cerrar la puerta. Una vez dentro dejo los tacones en el suelo y empiezo a quitarme el abrigo, dejándolo caer encima de un pequeño sillón, y sigo luego con la cremallera de mi vestido. Me miro en el espejo y me quito todo el maquillaje, las joyas y las lentillas. Al final lo que queda frente al espejo es una chica que con dificultad llega al metro cincuenta y tres, con el pelo negro cayéndole en suaves ondas sobre los hombros y unos ojos entre azules y verdes que suplican por poder cerrarse y echar una cabezadita.

Me dejo caer bocabajo sobre la cama y no tardo mucho en entrar en ese estado entre la realidad y el sueño.

«Nos vemos pronto, Katherine»

Maldito niño pijo.

Cierro los ojos con fuerza y me digo a mí misma que ya está bien, lo que pasa en el club se queda en el club. En unas horas tendré que ser solo Katherine Montgomery, la estudiante de último año de universidad, así que más me vale quedarme dormida ya, si no quiero parecer más zombi de lo que ya voy a parecer mañana. Me cubro con la colcha y dejo que mis pensamientos se vayan. Todos menos uno, esa frase que ha sonado a promesa sigue resonando en mis oídos.

Y ya te digo si es una promesa.