Durante su noche de bodas con el segundo joven amo de la familia Yardley, Kimberly Shell se encontraba sola en una habitación oscura, recostada sobre la cama.
No había habido ceremonia de boda, tan solo un hombre en silla de ruedas que la esperaba.
—Por favor, que se bañe y luego vaya a mi habitación para que pueda hacerle una prueba de virginidad. —había dicho con frialdad.
Una prueba de virginidad...
Solo se estaba aprovechando de ella, considerándola no más que un objeto que ahora poseía.
De repente, la puerta se abrió. El cuerpo de Kimberly se puso rígido y se aferró con fuerza a la colcha.
Era de público conocimiento que el segundo joven amo de la familia Yardley tenía mal genio y que éste empeoraba a causa de su invalidez.
Incluso existía el rumor de que había llevado a cinco esposas a la muerte, por lo que a pesar de que muchos seres codiciosos deseaban el dinero de esta familia, nadie en la ciudad quería que sus hijas se casaran con él.
Nadie excepto la familia Shell.
Necesitaban dinero, ya que su empresa estaba al borde de la quiebra. El señor Shell incluso había pedido dinero prestado a usureros, pero ahora los problemas eran aún mayores debido a la alta tasa de interés y a las amenazas de los prestamistas.
Sus padres habían encontrado una solución: casar a su hija con el segundo joven amo de la familia Yardley. Como no querían que su hermana, que todavía era virgen, fuera quien lo hiciera, decidieron dejar que Kimberly, que había estado casada antes, tomara su lugar.
La joven accedió porque no había podido soportar la súplica de su padre, quien, junto con su madre, había pasado los últimos 20 años criándola.
El chirrido ocasionado por la fricción entre la silla de ruedas y el suelo era fuerte. La joven contuvo la respiración, asustada.
Una sombra se acercaba a ella en la oscuridad...
De repente, la colcha se levantó y sintió una mano áspera y fría. Gritó, sin poder evitarlo.
—¿Tienes miedo? —se burló el hombre con frialdad.
Sin dejar de tocarla, bajó la mano desde su mejilla hasta su cuello, pasó por su clavícula y continuó el descenso hasta que aquellos dedos se deslizaron sobre sus pechos.
Kimberly sujetaba la colcha con fuerza, en un intento de reprimir el impulso de escapar.
La mano alcanzó la parte baja de su abdomen y continuó deslizándose hacia abajo…
—¡Por favor, basta! —gritó, sin poder evitar frenarlo justo cuando estaba a punto de tocar sus partes íntimas.
Kimberly tembló de miedo al pensar que los hombres con ciertas disfunciones suelen tener inclinaciones violentas.
—Joven amo Yardley, ¿puede por favor no hacerme esto? —tartamudeó.
—De ninguna manera —respondió.
El cuerpo de la joven se puso rígido. Él podía notar que sus manos temblaban porque las estaba sujetando.
—¿Por qué finges ser virgen? —rio de manera sarcástica.
Al escuchar esto, Kimberly, que seguía acostada en la cama, se sorprendió. ¿Acaso él…?
Las luces se encendieron de manera repentina y la muchacha cerró los ojos con rapidez.
—¿Debería llamarte Érica... o Kimberly? ¿Querida esposa? —dijo el hombre, quitando su mano.
Estremecida ante estas palabras, Kimberly abrió los ojos y se dio cuenta de que él la miraba con frialdad.