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Corazón Ardiente

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Erótica

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Introducción

Pensaba que un chico malo, atractivo y tatuado nunca se enamoraría de una empollona ordinaria como yo. Pero me equivocaba. Jedidiah, el mejor amigo de mi hermano, ¡estaba impresionantemente bueno! Su belleza era abrumadora, casi embriagadora. Hizo que me enamorara de él a primera vista. Me trataba como a una hermana menor cuando yo quería ser mucho más que eso. Me tomó el pelo y se burló de mí, sin darse cuenta de que su tacto me volvía loca. Mantenía las distancias, aunque sólo fuera para salvarme, hasta que un encuentro fortuito en una fiesta lo cambiaría todo...
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Chapter 1

En mi familia se bromeaba de que independiente del lugar en el que estuviera, las probabilidades de que terminara con la nariz metida en un libro siempre eran bastante altas, y esto era verdad porque leer era mi actividad favorita. Podía pasarme horas perdiéndome en cada nuevo mundo. Mi madre siempre me decía que esto sería mi perdición porque no concentraba en lo que estaba pasando en el mundo real y supongo que esta vez había tenido razón. Realmente odiaba cuando eso sucedía.

—Oye, ¿estás bien? Te golpeaste con bastante fuerza.

Justamente lo que necesitaba, que alguien fuera testigo de mi humillación. Sentí vergüenza al pensar que me había visto caerme de bruces contra el pavimento porque había estado absorta leyendo. Me sonrojé furiosamente y maldije en voz baja cuando se me notó al instante. ¿Se podía morir de la vergüenza?

—¿Necesitas una mano? —preguntó, la preocupación en su voz hizo que se sonrojaran aún más.

No su ayuda, solamente quería que se fuera, pero sabía que eso no sucedería. Parpadeé algunas veces mientras reunía el coraje para mirarlo porque tenía miedo de que fuera tan atractivo como su voz lo indicaba. Dio unos pasos adelante y le presté atención de nuevo.

—No me voy a burlar, solo quiero ayudar —me aseguró con un tono suave, pero algo en mí se resistió en hacerle caso, en su lugar me fijé en que tenía unas Converse de color rojo que mostraban claros signos de haber sido usadas con cariño. Esbocé una sonrisa al notar que eran exactamente iguales a las mías.

Los segundos pasaron y supe que no podía prolongar esta tortura. Levanté una mano para protegerme del sol y me giré para verlo. Me tardé unos segundos en adaptarme al brillo que lo rodeaba pero cuando lo pude ver con nitidez, abrí los ojos con sorpresa.

¿Cómo se respiraba de nuevo?

Era tan bello que me sentía mareada, nunca antes había experimentado estas sensaciones antes, temí ligeramente por mi cordura. Sentí que hacía calor y no podía quitarle la mirada de encima. Me había quedado sin palabras, no podía pensar en nada más.

Misericordioso Dios, ¿me acababa de hacer una pregunta? Tenía que contestarle, tenía que concentrarme. No podía dejarme gobernar por las reacciones de mi cuerpo, tragué saliva mientras trataba de respirar con normalidad de nuevo.

—Lo siento, sé que no debo leer mientras camino, pero soy un poco torpe. Supongo que debo limitarme a hacer solo una cosa a la vez —respondí, avergonzándome de lo rara que sonaba mi voz.

Sin embargo, no podía despegar la vista de sus ojos. Tenía los ojos azules, pero no había palabras para describir el tono exacto que tenían y rápidamente me perdí en los zafiros más puros que había visto en mi vida. El chico habló de nuevo, pero ya estaba hipnotizada, estaba segura de que podría haberme quedado admirándolo para siempre.

El silencio incómodo se extendió entre nosotros, pero ya nada me importaba. Lo vi sonreír de lado, claramente divertido con mi comportamiento, antes de agacharse. Abrí los ojos con terror al ver cómo su rostro se acercaba al mío.

De nuevo, me quedé sin aire en los pulmones, se detuvo dejando solo unos centímetros entre nuestras caras y no pude evitar centrarme en sus labios carnosos. Estos se movieron de nuevo, entretenido, y me sonrojé de nuevo. No era necesario leer mentes para saber exactamente lo que estaba pensando.

Me agarró las manos y sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo, me levantó suavemente del piso y solté un quejido cuando finalmente sentí el dolor de la caída. Perdí el equilibrio, así que me sujeté a sus brazos para no caerme. No debí haber hecho eso porque ahora no podría pensar en otra cosa que no fueran esos bíceps.

Sentí cómo los músculos se tensaban y quité las manos rápidamente cuando me di cuenta de que había estado agarrándolo por más tiempo del que era socialmente aceptable. Sentí que me miraba de nuevo, esta vez para examinarme las heridas que me había hecho y me sonrojé por enésima vez.

Necesitaba escapar de esta situación ahora mismo, ya no podía soportar un segundo más de su proximidad.

Lo empujé, agarré el bolso que se me había caído junto con el libro causante de todo este embrollo y me fui caminando como si nada hubiera pasado después de murmurarle las gracias.

Obviamente, mi estratégica salida no funcionó porque unos segundos después escuché pasos siguiéndome. Traté de aumentar el ritmo, pero esto no sirvió porque simplemente comenzó a trotar a mi lado. ¿Acaso no se daba cuenta de que necesitaba escapar de su hermosa presencia por mi salud mental? Al final, mis esfuerzos fueron fútiles porque me terminó alcanzándome y sentí que intentó agarrar el bolso que llevaba pero saltó un grito de sorpresa en su lugar.

—¿Qué diablos llevas aquí? ¿Ladrillos? —exclamó a lo que me eché a reír.

—Libros, acabo de salir de la biblioteca —le respondí a lo que negó con la cabeza en broma antes de pasarme el brazo por los hombros. Abrí los ojos de manera desproporcionada cuando me vi obligada al entrar en contacto con su cuerpo, no podía creer que esto estuviera pasando, y tampoco podía creer lo mucho que lo estaba disfrutando.

—Sabes que nos están dando vacaciones para divertirnos, no para que te la pases leyendo todo el día.

Me sonrojé ante su comentario, era que un ratón de biblioteca y leer era mi manera de escapar del mundo real. La verdad era que no tenía una vida emocionante, aunque supuse que ese no era su caso, tenía la apariencia y el cuerpo de alguien que definitivamente debía ser popular. No recordaba haberlo visto en la escuela antes, ya que claramente lo habría recordado de lo contrario, su cara merecía estar en las pasarelas de Marlon Sherman. Era tan hermoso que debería ser ilegal.

—Por cierto, soy Jedidiah —dijo, sonriendo ampliamente, y mirándome tan fijamente que por un segundo me quedé en blanco.

—Elsie —mascullé, sonrojándome salvajemente, cuando recordé cómo hablar. No podía creer que me estuviera convirtiendo en este ser tan estúpido que no podía hilar más de dos oraciones frente al chico más guapo que había conocido en mi vida.

—Bueno, Elsie, me hubiera gustado que nos conociéramos en otras circunstancias. Creo que tu cara estará hinchada mañana, pero afortunadamente estaremos de vacaciones, así que tendrás de recuperarte —comentó mientras posaba los ojos en mis labios. Tragué saliva para pasar el nudo que se me había formado en la garganta. Él sacó la lengua para humedecerse los labios y todo lo demás desapareció de mi entorno. Me entraron unas ganas tremendas de besarlo. ¿Qué diablos me estaba pasando?

Sacudí la cabeza para despejar tales pensamientos inapropiados, aunque sabía que era un vano intento.

—Tienes razón, no me gustaría venir a la escuela con labios de pescado —respondí tratando de sonar graciosa, ya habían demasiadas chicas así, ambos nos reímos aunque pensé que me escuchaba rara. Lo vi reírse suavemente hasta que se quedó completamente serio. Me pasó el pulgar por los labios y temblé ligeramente por el dolor. Me arrepentí de haber reaccionado de esa forma porque me soltó al instante.

—Lo siento —susurró y me perdí en su mirada llena de preocupación. Sonrió suavemente al notar que me había perdido de nuevo pero no me importó. Me enderezó para que me pusiera en dirección al pasillo y comenzamos a caminar de nuevo.

Cada cinco pasos, lo miraba por el rabillo del ojo solo para cerciorarme de que era real y cada vez que lo hacía, se volvía más hermoso, como si cada vez me tuviera más profundamente en sus garras. Volví a mirarlo y la sonrisa de lado que noté en su rostro me dio a entender que no había estado siendo tan discreta como pensaba. Era demasiado perfecto, dolorosamente perfecto.

Seguramente tenía chicas detrás de él. Me recriminé a mí misma cuando un pensamiento rebelde cruzó mi mente, era ridículo darme alas, era una niña de doce años y él simplemente estaba siendo el caballero que claramente era acompañándome a casa. Nada más.

No debería pensar en esas cosas, estaba tan perdida en mis pensamientos que no me había dado cuenta que habíamos llegado a mi casa, mientras nos acercábamos a la entrada, me cuestioné silenciosamente cómo era que sabía dónde vivía. Al verme, se rio entre dientes.

—Soy amigo de tu hermano. Me mudé aquí hace una semana, lo conocí en el fútbol.

Maxwell era tres años mayor, era el típico hermano sobreprotector que siempre se la pasaba burlándose de su hermana menor sin piedad. Éramos parecidos físicamente porque ambos teníamos expresivos ojos de color chocolate y cabello castaño oscuro, aunque yo lo llevaba largo y él corto. También era atractivo y atlético, pero no le llegaba ni a los talones a Jedidiah.

Otra diferencia entre nosotros era que él era popular y siempre estaba saliendo con chicas que ni aunque las juntaras podrían formar una sola neurona. Cada semana tenía una nueva en el brazo, todas interesadas en su atención, estaba segura de que estaba muy contento con este nuevo amigo porque obviamente aumentaría su estatus en la escuela.

La idea de Jedidiah coqueteando con otras me hizo fruncir el ceño, no podía concebir la idea de alguien más perdiéndose en su mirada. Enserio, ¿qué me estaba pasando? Lo había conocido hace cinco minutos y ya estaba desarrollando sentimientos tan intensos. Me di cuenta de algo interesante en ese momento, así que me volteé a preguntarle de golpe, sobresaltándolo.

—¿Cómo supiste quién era yo? —solté, nunca antes lo había visto, ¿cómo me había reconocido? Él me ofreció una bella sonrisa.

—Vi tu foto la otra vez que estuve en tu casa.

Me jalé del cabello cuando entendí de qué foto hablaba, la odiaba con todo mi ser, la escondería para que nadie pudiera encontrarla.

—Sales bien.

—Sí, claro —respondí con sarcasmo. Me apretó el hombro para volviera a verlo.

—Deberías ver algunas de mis fotos, salgo horrible.

Claro, por supuesto que alguien cómo él nunca saldría horrible en una foto, eso era imposible. Me sonrió de nuevo al verme refunfuñar antes de abrir la puerta y guiarme adentro. Me sentí vacía cuando me quitó el brazo de encima, quería tenerlo así para siempre, estaba lamentándome la pérdida cuando su voz me trajo de nuevo al mundo real.

—Estarás bien, Elsie —me susurró en la oreja suavemente y el corazón casi se me sale del pecho. Amé cómo sonaba mi nombre en sus labios. Agarró la esquina de su camisa y me limpió la sangre que me había quedado en la cara. No le importó ensuciar su ropa.

Me volvió a sonreír y me acarició el rostro sin quitarme la mirada de encima, dejé escapar una pequeña exclamación cuando me besó suavemente en la frente. Solo fueron segundos, pero fue suficiente para que me hiciera perder el control. Se me nubló la vista y mis piernas cedieron pero gracias a que estaba echada sobre el marco de la puerta, no me fui de bruces contra el suelo de nuevo. Quería agradecerle todo lo que había hecho por mí, pero nada salió de mis labios, simplemente me quedé parada en silencio mientras se iba.

Me quedé un momento más en la puerta recordando su tacto, sus palabras y su imagen, y supe en ese momento que todo había cambiado. Nunca otro hombre me volvería a importar y siempre sería él de ahora en adelante sin importar si era correspondida o no.

Subí a mi habitación de dos en dos y una vez adentro saqué toda la ropa que tenía. Después de unos minutos, me saqué la camisa que estaba probándome, maldiciendo en voz alta y tirándola en la pila de ropa que había comenzado a formarse en el piso. Había estado probándome todo pero no había tenido suerte. Nunca había sabido estar a la moda, era algo que simplemente no entendía, supongo que prefería comodidad en vez de estilo.

Me quedé mirando mi reflejo en el espejo, estudiando mi cuerpo y me lamenté por lo poco femenina que era. Aún si intentaba usar otras prendas, era algo que no se me daba. Tenía el cabello largo de color chocolate, mis ojos tenían el mismo color y tenía la piel clara. Tenía un poco de pecas en la nariz, pero aparte de ello, no tenía otras marcas en el rostro. Mi mamá también me había dicho que tenía el tono de piel rosáceo y que debería apreciarlo en vez de pelear con ello.

Medía un metro ochenta, era más alta que la mayoría de las chicas, algunas personas me habían dicho que debería modelar, pero la verdad no sentía que fuera lo mío. No creía que tuviera el aspecto o confianza para llevarlo a cabo. También era delgada, pero nada atlética, al menos podía bailar, era lo que hacía para mantenerme en forma. Era mi pasión, y para mi fortuna también mi futuro, porque estaba a punto de inscribirme a la Escuela de Artes para estudiar Teatro Musical. Era algo que había querido hacer desde niña, quería actuar en el escenario del West End. Todavía recordaba lo hipnotizada, completamente asombrada que había estado cuando había visto a los actores en escena, esa había sido mi inspiración y motivación desde entonces.

Disfrutaba mucho los fines de semana porque participaba en un grupo de baile en donde pasábamos horas practicando diferentes rutinas, técnicas de baile, entre otras cosas, hasta que no pudiéramos levantarnos del piso. Había sido la única actividad que había logrado sacarme de mi zona de confort, porque por un momento podía ser alguien diferente. La música me ayudaba a escapar de mi cabeza y era el único momento en el que me sentía realmente viva.

Me vestí como siempre con una camiseta rockera, jeans, y mis Converse rojas. Habían visto mejores días, pero no importa cuán maltrechas estuvieran, los usaría hasta que se cayeran a pedazos. Recogí la ropa para ordenarla porque no me gustaba tener mi cuarto en mal estado. Era el lugar al que iba cuando quería escapar del mundo y estaba muy orgullosa de cómo la había decorada aunque a mi madre no le había gustado. Lo había pintado de rojo sangre que en combinación con los muebles pintados de negro para que se viera gótico.

Las paredes estaban adornadas con pósters enmarcados de mis películas favoritas, la mayoría había visto innumerables veces. Estaba bastante segura de que necesitaría comprar copias adicionales de tanto uso que les daba. Mi teléfono sonó dejándome saber que tenía la batería baja, busqué el cargador en el estante en el que usualmente lo dejaba y no lo encontré, así que supe que mi hermano se lo había llevado.

Mientras me acercaba a su cuarto, escuché los gritos de siempre, ni siquiera me molesté en tocar, si se había atrevido a llevarse algo de mi cuarto sin permiso, se merecía la misma consideración. Supe al instante que había hecho mal cuando me quedé sin aire al notar que Jedidiah estaba tendido en la cama. Me paré en seco, me temblaron las rodillas y estaba segura de que estaba a punto de desmayarme. El chico ni siquiera me había notado con lo absorto que estaba en el juego pero no pude evitar admirar los musculosos que lucían sus brazos.

La avalancha de sentimientos que me pegó tan fuerte que perdí el control. Siempre había tenido que pelear con mis emociones pero me estaba dando cuenta de que esto era imposible con Jedidiah. Me relamí los labios al ver su cuerpo delante mío, cada músculo estaba claramente definido, estaba segura de que una moneda rebotaría en sus abdominales de acero. Me hubiera gustado probar esa teoría.

La camiseta que tenía puesta resaltaba perfectamente su espalda y seguí recorriendo el sinuoso camino de su cuerpo hasta que llegué a su trasero. El jean rasgado dejaba poco a la imaginación, le ajustaba perfectamente en los mejores lugares, era simplemente perfecto.

Si su cuerpo no hubiera sido suficiente para hacerme perder la cabeza, sus tatuajes eran la cereza del pastel. Tenía la espalda, hombros y brazos cubiertos con intricados diseños que lo hacían increíblemente atractivo. Mis preferidos eran los de su brazo, cada uno tenía un significado y estilo diferente, sentía que se complementaban a la perfección. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había soñado con tocar cada uno de ellos y trazarlos con los dedos.

Suspiré suavemente al ver al chico del que había estado enamorada por los últimos seis años. Habían sido unos largos años y él nunca se había dado cuenta, era tan ridículo que debería haberme reído de mí misma, él nunca me había visto como nada más que una hermana. No importaba cuánto deseara lo contrario. Jedidiah ahora tenía veintiuno y estaba más guapo si era posible. Tenía la cara esculpida por los ángeles, ahora se veía mayor, ya no tan niño. Tenía un aura masculina atractiva que usaba siempre a su ventaja. Los años jugando fútbol y yendo al gimnasio habían pagado porque tenía el físico de un dios griego. Era difícil controlarse cerca de un cuerpo tan perfecto.

Era un dulce bombón hecho para deleitar los ojos con ese estilo alternativo que se manejaba gracias a los tatuajes, la barba incipiente, y los jeans rasgados. Se movió al costado y me distraje con lo suave que lucía su cabello y lo bien que se le veía siempre como si así se hubiera levantado. Tenía ondas que le enmarcaban perfectamente la cara.

Moví los dedos con ganas de jugar con las hebras, estaba segura de que su cabello era sedoso, mientras tenía estos pensamientos invadiendo mi mente, se volteó a verme y me sonrió de lado después de sostenerme la mirada por un momento, casi como si supiera lo que estaba pasando por mi mente. Me sonrojé de inmediato, pero me enojé conmigo misma porque odiaba subirle el ego. Todos sabíamos que no lo necesitaba, no quería que supiera que era una de las tantas chicas que suspiraban por él, no quería que se aprovechara de mis sentimientos. Él también frunció el ceño al ver mi expresión, pero desvié la mirada, cruzándome de brazos.

No podía dejar que me distrajera ahora, tenía una misión y ya me había demorado mucho. Me acerqué a su lado y desconecté el cargador del enchufe en el que estaba. Dejé el teléfono de mi hermano en la cama.

—¿No sabes lo que es tocar la puerta, Elsie? Esta es mi habitación, la última vez que revisé —espetó Maxwell sin despegar los ojos de la pantalla de la consola. Me le acerqué con el cargador en la mano.

—¿Me puedes explicar por qué mi cargador está aquí? ¿Magia? Mantente fuera de mi habitación, Maxwell, y respetaré tus reglas —le dije, poniéndome un poco nerviosa de que tuviera a Jedidiah mirándome. No volteé a verlo, necesitaba concentrarme, no podía dejar que esos penetrantes ojos azules me distrajeran.

—Elsie, necesito el cargador, mi teléfono está casi muerto —se quejó Maxwell, y bufé por lo bajo mientras me acercaba a la puerta. ¿En qué mundo era yo la irracional aquí?

—Bueno, aquí tienes una sugerencia: cómprate el tuyo —le grité sin darme la vuelta, sabía que tenía suficiente dinero para comprarse uno con las múltiples salidas que siempre tenía, pero simplemente era un tacaño.

—Sabes que siempre me olvido y no me pagan hasta la siguiente semana, déjame cargarlo una última vez porque lo necesito para esta noche —me pidió, pero cuando me di la vuelta, me di cuenta de que en ningún momento había dejado la consola para pedirme disculpas. Obviamente pensaba que no había hecho nada malo.

—No puedo, necesito el cargador, lo único que quieres es tener tu teléfono para poder tomar el número de todas esas fáciles que conocerás esta noche —dije con disgusto pensando en las múltiples mujeres que se le regalarían.

—No necesitas cargar tu teléfono, no es como si fueras a salir —se burló en su lugar y fue acompañado de Jedidiah. Claro que mi falta de vida social les divertía, los fulminé con la mirada.

—Vete a la mierda, Maxwell, al menos sé que estoy limpia, lo cual no podemos decir lo mismo de ti —le respondí antes de salir corriendo de su cuarto. Pronto escuché el grito de mi hermano, seguido de unos pasos corriendo, y supe que había mandado a su amigo para que me quitara el cargador.

Cerré la puerta y pensé en jalar el armario pero sabía que no estaba engañando a nadie, seguramente si lo intentaba, terminaría con el mueble encima mío. No pasaron ni cuatro minutos cuando lo sentí al otro lado de la puerta y enterré los talones en la alfombra para hacer la mayor cantidad de fuerza que pudiera, pero Jedidiah era macizo, así que en cuestión de segundos, salí volando disparada al otro lado de la habitación.

—Sal de mi habitación, Jedidiah, antes de que grite —le advertí, mientras movía la manos para parecer más intimidante, pero él simplemente se echó a reír entre dientes, claramente divertido con la situación.

—Entrega el cargador, Elsie y nadie saldrá herido —me pidió, extendiendo la mano con una sonrisa seductora y fruncí el ceño ante su audacia. ¿Realmente creía que con una mera sonrisa me convencería?

—¿Acaso eres el lacayo de Maxwell? ¿Por qué no viene él mismo a buscar el cargador si es tan importante? —espeté. A pesar de mi actitud valiente, el corazón estaba a punto de salírseme del pecho si seguía manteniéndole la mirada. No podía soportar otro minutos más con esos ojos que parecían poder mirarme el alma. Tenía que concentrarme, tenía que ganar la batalla—. Está en medio de un juego en vivo, así que no puede simplemente parar.

Me explicó dando un paso adelante y me aferré al cargador como si mi vida dependiera de ello. Tenía que esconderlo, ¿pero dónde? En un acto de completa desesperación, lo metí debajo de mi sostén. Inmediatamente, me arrepentí al ver la sonrisa de Jedidiah como si estuviera aceptando el reto. Abrí los ojos con horror al comprobar que realmente no tenía límites.

—¿De verdad crees que eso me detendrá? —preguntó, moviendo las cejas de forma sugerente y haciéndome suspirar en el proceso—. Elsie, lo estás haciedno más emocionante.

El brillo malvado que tenía en los ojos removió algo en mi interior y la sonrisa que me regaló, me secó la garganta. Se continuó acercando como si estuviera acorralando a un animal salvaje. Demonios. Era tan imponente con su tamaño, seguí retrocediendo con las pupilas dilatadas por el peligro, sin embargo, rápidamente me di cuenta de que estaba disfrutando de esto. Bien, no iba a perder tan fácilmente.

Traté de empujarlo para escaparme, pero me apresó en sus brazos y me tiró a la cama como si no pesara nada. Una vez encima mío, me agarró ambos brazos para colocarlos encima de mi cabeza, y no importó las veces que me moví desesperadamente para quitarlo de encima, su peso me tenía completamente a su merced. Me sonrió burlándose de mis vanos intentos por soltarme y su aliento me hizo cosquillas a la cara.

—Quítate de encima, Jedidiah. Lo digo en serio, te mataré por esto.