En una noche de luna llena, en el cual el firmamento estaba cubierto por un peculiar brillo rojo y las estrellas estaban ocultas. A las afueras de una ciudad, adentrándose en el espeso bosque, reinaba un extraño silencio. De pronto, cuando el frío viento sopló, se escuchó un grito desesperado que atravesó el cielo: “¡Ahh!”
En las profundidades del bosque, se encontraba Grace Astor con la ropa hecha trizas. Un hombre horrendo y depravado rasgaba sus vestiduras con sus grandes y sucias manos, mientras estaba encima de su hermoso cuerpo y la miraba con una espeluznante sonrisa. Grace luchó con todas sus fuerzas para librarse de él y gritó desesperada: “¡Apártate, no me toques!”
El hombre se rio desenfrenadamente y clamó: “Tu madre te vendió, por lo tanto me perteneces. Puedo tocarte como quiera”
Grace estaba atónita, ni siquiera en sus peores sueños se hubiera imaginado que la mujer, quien la consideraba como parte de la familia, la traicionaría de esa manera tan cruel. Incluso le perdonaría que le haya arrebatado a su padre, pero ella no dejaría que su plan tuviera éxito. En tanto, Grace pensaba en ello, tenía una de sus manos ocupadas empujando al hombre, y la otra tanteando el suelo donde yacía. Repentinamente, encontró una piedra filuda y la agarro, sin dudarlo golpeó al hombre en la cabeza.
El hombre gritó de dolor, cayendo al costado de Grace, ella aprovechó esta oportunidad para levantarse, dar media vuelta y huir a toda prisa. La luz de la luna era tenue y ella no veía en absoluto hacía qué dirección iba; simplemente corría con todas sus fuerzas. El hombre con su retorcido y sombrío rostro lleno de cicatrices se agarró la nuca herida y con dificultad se puso de pie, diciéndole: “¡Desgraciada! ¿Crees que puedes huir? No será muy sencillo deshacerte de mí. ¡Te voy a destrozar, maldita!” Luego, trató de alcanzarla a grandes pasos.
Grace temblaba de miedo, pero apretó los dientes y no se atrevió a dejar de correr. Se dijo a sí misma que incluso si fuera a morir, no dejaría que este hombre la atrapara fácilmente. El hombre rugió detrás de ella: “¡Detente, detente!” Su voz asustó a los pájaros en los árboles, que se dispersaron en pánico, haciendo que el bosque pareciera aún más siniestro.
Mientras huía desesperadamente del hombre que la seguía como un fantasma, se tropezó y cayó sintiéndose impotente por no encontrar una salida. Debido a que había corrido por un buen tiempo, no le quedaban fuerzas para seguir adelante y se detuvo para recuperar el aliento. Inmediatamente, el hombre la alcanzó y la arrojó nuevamente al suelo, la montó por la espalda, le dio media vuelta y la abofeteó dos veces, amenazándole: “No esperaba que pudieras escapar de mis manos, no estés tan segura que podrás deshacerte de mi”
Grace no tenía fuerzas para defenderse, así que levantó desesperadamente la piedra que tenía en la mano y se apuntó a su propia sien. En ese momento, se escuchó el aullido de un lobo no muy lejos de ellos, el hombre se sorprendió al escucharlo e inmediatamente examinó su entorno con cautela, olvidándose de Grace por un rato. Ella aprovechó esta oportunidad para empujarlo y correr hacia las profundidades del bosque.
No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo; inesperadamente, frente a ella, apareció un castillo completamente negro con estilo gótico. Las puertas del castillo eran oscuras como la entrada de una enorme cueva que brillaba de un horror indescriptible, parecía que caía a un enorme abismo. Grace estaba un poco asustada, y se dio cuenta de que el hombre no estaba detrás de ella; al no encontrar otra salida, lo único que hizo fue correr hacia el interior. Entre tanto el hombre, quien ya la había alcanzado, quiso seguirla al interior; en ese momento, vio una sombra negra saliendo y merodeando en los alrededores, al mismo tiempo los siniestros estruendos de relámpagos y truenos la acompañaban.
Cuando Grace entró a hurtadillas, temblando de dolor y miedo; se dio cuenta de que en el interior reinaba la oscuridad, y se respiraba una atmósfera sombría y aterradora. Su ropa estaba rota y desordenada, su suave piel estaba cubierta de heridas; ella jadeaba de dolor con cada paso que daba, entonces se apoyó en el marco de la puerta para descansar. Su hermoso rostro estaba pálido y su suave frente cubierta de sudor, ella temerosa levantó la mano para secarse. Justo cuando estaba a punto de levantarse y caminar más hacia el interior, volvió a escuchar el repentino aullido de un lobo.