Había tanto calor, que costaba trabajo hasta respirar. En una cama de estilo inglés dormía una joven de cuerpo esbelto cubierta con una muselina blanca. El sudor corría por su rostro hasta llegar a sus finos labios y sus brazos estaban tan sudados que marcaban su ropa. Era muy fácil que cualquiera fantaseara con ella al verla así.
—Mmmm, ¡qué calor! —exclamó Lily mientras despertaba de su profundo sueño.
Entonces miró a su alrededor. Estaba en una habitación lujosa pero desconocida. En las paredes había pinturas occidentales del siglo catorce, que parecían balancearse frente a ella por su estado de confusión. ¿Dónde estaba? Luego vio a un hombre sentado en un sofá que estaba en una esquina de la habitación; era esbelto y tenía una copa de vino en la mano.
—¿Quién eres tú? ¿Por qué hace tanto calor aquí? ¿Puedes apagar la calefacción? —Mientras Lily preguntaba, se percató de que su voz estaba débil, como si estuviera enferma.
—Si no te despertabas, tenía pensado subir la temperatura a ochenta y ocho grados y dejar que te quemaras viva —dijo aquel hombre.
—¿Quemarme viva?
Lily estaba medio confundida y tenía la vista nublada por el sudor que caía en sus ojos. Entonces escuchó unos pasos firmes y levantó su mano para limpiarse el sudor mientras dejaba ver sus exquisitos hombros. De repente, vio frente a ella a un hombre con mirada de halcón. Tenía las piernas rectas y largas y la camisa blanca impecable que estaba usando resaltaba su esbelta figura. Un poco más arriba de los dos botones superiores de su camisa, que estaban desabrochados, se podía ver un rostro que dejaba a cualquiera sin aliento y unos labios entreabiertos muy sensuales.
Había mucho calor en la habitación; sin embargo, él no parecía estar ni un poco sudado. Lucía como si hubiera salido de una revista. Era muy joven, cuando más tendría unos 29 años. Lily creía que su rostro le era muy familiar, pero, debido a los hábitos que ella había adquirido en su profesión, le era muy fácil perderse en sus pensamientos y mientras pensaba, lo miraba medio atontada. De repente, el hombre le apuntó con una pistola plateada y ella reaccionó al instante. ¿Qué estaba pasando?
—¿Qué haces? ¿Quién eres? ¿Qué piensas hacer?
Lily, aún en la cama, se sintió tan asustada, que trató de buscar alguna forma de refugiarse, pero el hombre se acercó a ella y puso la pistola en su rostro puro y con rasgos delicados, para nada ostentosos, ni agresivos. Ella era muy hermosa.
Entonces él deslizó despacio la punta de la pistola por sus labios, sus mejillas y por sus delicados hombros. Lily se contrajo como por instinto y la muselina blanca que cubría su cuerpo cayó al suelo. Desde ese momento, todo el calor que sentía se transformó en frío.
—¿Dónde está mi hijo? —La voz impasible de Owen, que estaba parado frente a ella, recorrió todo su cuerpo.
—¿Qué? —Lily estaba pasmada.
—Hace tres años mi hijo estaba en tu vientre. ¿Dónde está? —preguntó Owen despacio mientras que con la punta de la pistola dibujaba círculos en sus hombros.
—¿Tu hijo? —Lily no sabía qué responder y no fue hasta después de un buen rato que se logró calmar poco a poco—. ¿Estás seguro de que no me estás confundiendo con alguien más? No te conozco y no tengo hijos.