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Mi Huérfana Luna Reina

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Hombre Lobo

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Introduction

Freya había pasado toda su vida en las sombras. Ella era una huérfana sin amigos, nunca tuvo nada que le pertenecía. La vida en el orfanato había sido insoportable, pero se quedó, por suerte, ya no. Después de que su vida haya sido amenazada, decidió huir de la casa de los horrores. Lo que no había esperado era ser atrapada por el apuesto Rey Alfa Drake de ojos plateados parado frente a la orfanata y tomarla como propia. Pero, ¿qué pasaría cuando Freya descubiera la verdad sobre sus padres? ¿Qué haría cuando supiera que el Rey Alfa del que se había enamorado tenía que ver con eso?
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Chapter 1

Narradora: Freya

Esta vez no me merecía ningún castigo. No era mi culpa, lo prometo; fue Matilda la que prendió fuego a la cocina. Pero Sr. Greene siempre se ponía de su lado, la quería a rabiar. Bueno, él y todo el mundo igual. Yo ya no tenía amigos que diesen la cara por mí, y menos desde que Matthew se fue de mi lado. En este orfanato no tenía a nadie más, él era el único con quien tenía confianza y solo él me cuidaba cuando lo necesitaba. Tommy nunca trató de llevarse bien conmigo cuando vino.

El sonido de pequeñas pisadas correteando por el techo me despertó, a eso de las seis de la mañana. Las monjas humanas se encargaban de supervisar a los niños más pequeños del orfanato, y así reducían su peligrosidad. Estas monjas tenían un horario estricto donde los haya. Yo tendría poco más de cinco años, pero aun así me acuerdo de cómo irrumpían en la habitación y nos despertaban a todos sin misericordia en horas intempestivas. Recuerdo también su afán perseverante por reclutarnos para el culto a esos queridos dioses suyos, pero siempre se topaban con el mismo muro impenetrable. ¿Cómo les íbamos a creer? ¿Cómo íbamos a desdeñar esa sensación tan real y divina que nos invadía cada noche ante la luz de la Luna?

Me senté en mi rincón habitual del oscuro sótano, contando las horas. Llevaba ya tres semanas encerrada allí, y de no haber sido por una tubería que dejaba caer gotitas de agua en cascada, habría muerto ya de inanición o de sed, porque no había probado ni una cosa ni la otra en todo este tiempo. Menos mal que la providencia había roto esa cañería para mí, todo sea dicho.

Escuché un ruido de traqueteo detrás de mí. Traté de ponerme de pie para ver qué ocurría, y aunque mis pies flaquearon ante ese primer impulso mío, no lo hicieron cuando lo volví a intentar. “Sal de ahí ya, alimaña. Necesitamos ayuda, aunque sea la tuya.", me instruyó la voz del Sr. Greene, tras lo cual tiré de mis músculos y mis huesos para subir las escaleras, sufriendo por no desfallecer antes de ser libre.

La luz casi me carbonizó los ojos, pero no iba a rechazarla ahora, no cuando la había añorado desesperadamente durante semanas. "Ve a limpiarte.", dijo el hombre, mirándome con asco. Viejo y con entradas, cualquiera habría pensado que era gruñón por su condición vital actual, pero su desprecio iba más dirigido hacia mi persona que hacia otra cosa. "Apestas,", agregó: "y no quiero que una alimaña como tú arruine esta oportunidad de oro. Tengo asuntos que atender con el rey alfa."

Sin perder el tiempo, subí lentamente el último tramo de escaleras. Me crucé con un grupito de niños que salían a jugar afuera, y me miraron como si fuera una alienígena, cosa a la que ya estaba más que acostumbrada. No vivía en un dormitorio como todos los demás, o sea, no compartía habitación con nadie, sino que a mí me embutían en una pequeña despensa donde guardaban los diferentes utensilios de limpieza, bastante alejada de la zona habitada de la mansión. Cuando tenía siete años, Green le dio mi cama a Angélica, una chica nueva, y como el viejo viera que yo ya no tenía donde caerme muerta, pues me descargó en aquella despensa, y allí me quedé ya para los restos. En mi caso, al ser una chiquilla bastante dada a la lectura para esa edad, en un principio me hizo hasta algo de ilusión, al acordarme de la situación similar de Harry Potter en los primeros libros. Hasta fantaseé con la idea de que me enviaran una carta desde Hogwarts, la cual rezara: 'Para Freya, en la alacena del orfanato."

Pero no solo no me llegó ninguna carta, sino que era como si no existiera para nadie; jamás me llegó ayuda o apoyo alguno. Daba igual que adoptasen de cuando en cuando a algún que otro huérfano, que yo seguía allí, aparentemente indigna de convivir con los demás. Tuvieron que pasar unos años para que me diese cuenta de lo que realmente estaba pasando. Ahora ya tenía diecisiete, y pronto sería mi cumpleaños. Por fin iba a darle una patada a este cuchitril de mala muerte, y tenía en mente viajar a Europa, ver qué me deparaba el futuro por aquellos lares.

"Sabes perfectamente que no va a dejar que te vayas.", me recordó alguien, y aunque me di la vuelta para encontrar la fuente de la voz, al instante me percaté de que no había nadie. Maldije mi soledad y mi confinamiento, porque otra vez estaba hablando conmigo misma, solo que ahora en 'público', por así decirlo. De hecho, Tommy apoyado contra la pared de los baños, sonriéndome mientras fumaba como un carretero. Aquel era uno de esos niños a los que nadie adoptaba, llevaba aquí toda su vida y hasta trabajaba como un empleado del sitio. Hice un esfuerzo por enderezarme, pero estaba para el arrastre físicamente.

“Se te ve bastante en la mi*rda, ¿eh? Bueno mira, hoy me siento generoso, así que te voy a contar un secretillo, muñequita.", me anunció al tiempo que caminaba hacia mí, y yo reculé con una mueca de reticencia. No me apetecía mucho que me dieran para el pelo ahora mismo; vamos, ni a mi ni a mi cuerpo, porque si mis vanos huesos recibían el menor golpe, fijo que se quebraban como astillas en verano. “Greene está a la espera de que Leo le ofrezca una buena suma por ti; quiere venderte a un burdel de bastante renombre. Ya te lo imaginarás, pero es algo así como un favor, ¿sabes? Una pequeña compensación por no tener más remedio que sustentarte. De todos modos, te cortaré la cabeza en unas pocas horas si Leo no te compra, así que te mandaré a alguien para que te traiga algo rico de comer en un rato. No hace falta que me lo agradezcas, ¿eh? Tómatelo como un regalo de despedida.", explicó tranquilamente, y tras hacerse un gesto en el cuello a modo de tajo invisible, se alejó, dejándome plantada en medio del pasillo.

Así que... ¿Después de años de constantes abusos, acoso y desprecio, ahora me iban a matar? ¿Ni siquiera me daban la oportunidad de defenderme, de ganarme la vida, en el sentido literal de la palabra? O sea que mi consciencia no se equivocaba en eso de que Greene no me iba a dejar ir... Pero yo antes prefería morir antes que ser vendida a un prostíbulo infecto, eso desde luego. Además, sabía en qué lugar iba a acabar en caso contrario, o al menos había escuchado rumores al respecto. De todas las chicas que el cementerio de detrás del orfanato acogía cada mes, al menos una provenía de ese funesto local, y a veces la cifra aumentaba hasta cuatro o cinco. ¿Por qué me hacían esto a mí? A lo mejor era porque no nací licántropo, pero sin la habilidad de transformarme en loba... ¿O quizás simplemente era porque no tenía familia ni amigos, nadie que me protegiese?

Malamente entendía el porqué de mi sufrimiento, y menos el de mi inminente muerte.

Lo que sí tenia claro era que no quería morir. Había una cosa que jamás iba a dejar que me arrebatasen, y no renunciaría a ella sin dejarme el alma defendiéndola.