Era una mañana calurosa de finales de junio, milagrosamente no estaba lloviendo y disfrutábamos de cielos libres de nubes. Delicioso clima para salir a la piscina y aprovechar un bronceado natural ahora que se puede. Vivíamos en una modesta mansión en El Gran Londres, en el área de Redbridge, al norte del centro. No era tan común ver grandes mansiones por aquí, pero mis padres creían que era un lugar hermoso y lejano de la locura, pero no tan lejos para tomar tren para llegar al centro.
Como si alguna vez fuéramos a usar tren, para eso teníamos a nuestro personal, autos y en el caso de Rees, su moto. Normalmente, pasábamos mucho tiempo en casa, pero cuando queríamos estar cerca de la locura, nos quedábamos en la casa de los abuelos Hamilton, en Westminster. Donde muchos de los lores vivían.
En una semana será mi cumpleaños. Cumpliré 21 junto a mi hermano gemelo, Rees Hamilton. A ambos nos encantaba la idea de ser llamados mayores de edad en todo el mundo, poder ir a Estados Unidos y viajar a Las Vegas y hacer todo tipo de locuras como en las películas locas americanas. Me gustaba ver ese tipo de películas con una caja de palomitas de maíz y Coca—Cola. Mi hermano y yo vivíamos en dietas y ejercicios, pero las palomitas de maíz y el pastel de chocolate, nunca faltaban en nuestra dieta.
Lo importante de cumplir la mayoría de edad en la élite inglesa, es el poder encontrar a tu Agapi de forma oficial. Uno comienza a escoger a su pareja a esta edad, a la pareja con la que compartirás el resto de tu vida. Nosotros le llamamos Agapi, que significa amor en griego. Dice la tradición, que antes
—mucho tiempo atrás— tus padres eran los encargados de negociar tu compromiso con la familia que más les convenga casarte, ya sea por posición política, algún negocio, o algo por el estilo. Mis padres fueron una de las causas del cambio de ley, lucharon y pelearon tanto por su amor, que ahora uno tiene la posibilidad de elegir
siempre dentro de la élite
con quién quieres casarte.
De igual forma, no es como que nos relacionemos con gente externa a la élite. Estudiamos en colegios de muy alta sociedad donde muy pocos pueden costear la educación, ahí estudian, incluso, los miembros de la familia real, que, por cierto, la princesa Charlotte de Cambridge, estudió con nosotros en la misma clase. Era todo un caos porque las miradas siempre estaban sobre ella y se veía su constante esfuerzo por ser perfecta todo el tiempo. La verdad es que sentía una gran lástima por la familia Real.
Pero, como les decía, nosotros oficialmente tendremos nuestra presentación en la sociedad como adultos y los adultos pueden tener citas y casarse. La edad límite de matrimonio en la élite es de 26 a los 30. Hace tres años que salgo con Adam Lexington. Es un chico increíble de ojos miel y cabello castaño oscuro. Desde que estamos en The Royal
El instituto donde estudiamos
nos caemos bien, nos conocimos en clases y cuando crecimos comenzamos a salir de forma no oficial. Él cumplió 21 hace tres meses y, claro, que como dicta la ley, mandé mi solicitud para que me acepte como su Agapi. Lo prometimos desde hace un año, que nos quedaríamos juntos a pesar de las cartas que llegarán con peticiones de estar con nosotros.
Para Rees era otra historia completamente distinta. Mi hermano se hacía llamar «Libre de corazón». No le gustaba la
idea de tener que enamorarse o elegir con alguien con quien salir. Yo creo que fue porque cuando tenía 16 años le rompieron el corazón por primera vez y no la llevó muy bien que digamos.
—¡Pero qué mierda! —gritó mi hermano acostándose en la cama.
—¿Ya te prepararon una cita? —pregunté levantando una ceja.
—No, pero papá me mostró las cartas de las interesadas.
¿Sabes cuántas chicas entre los 19 y 22 quieren reclamarme? Esto es absurdo, Sisi. No quiero tener que salir con más de noventa solo para ver cuál es la ideal.
—¡¿Más de noventa?! —Esto era estúpido. Eran treinta más que las de Lou, mi primo.
—Ciento cuarenta para ser exactos, incluso, creo que niñas de 16 están mandando solicitud, no creo que tengamos tantas chicas dentro de la élite con esas edades. Esto no puede ser, me entiendes. Quizá era mejor que tus padres eligieran por ti. Te evitaban ser tan mierda con muchas chicas. Sabes que odio estar obligado a elegir a una, y odio mucho más la posibilidad de lastimarlas.
Mi hermano siempre se queja y queja acerca de eso, pero con lo rebelde que es, seguro sí le imponen con quién casarse, pega el grito al cielo y arma una guerra mundial; de seguro busca alianzas con Rusia o con Corea del Norte, qué sé yo. Él es así, un alma muy linda y tranquila, pero cuando estalla, es mejor estar lejos.
Mamá siempre lo definió parecido a papá, pero papá era una personalidad muy diferente, no sé por qué mi madre dice que son iguales en muchos sentidos.
—¿Niños?
Mi madre entró en ese momento a la habitación con dos tasas de chocolate caliente.
—Ve a quién le dices niños, mamá —dijo Rees, quitándole a mamá la taza de la bandeja que llevaba junto a un pastel de chocolate. Le dio un beso en la mejilla y se sentó una vez más en la cama—. Tu niño tiene que salir con ciento cuarenta mujeres.
—Empieza a rezar para que no termine con sífilis o sida
—dije y fruncí el ceño.
La señora Hamilton abrió mucho los ojos.
—No se tiene que acostar con ninguna, solo conocerlas.
—¿Y cómo quieres que me case con alguien si no sé si es buena en la cama? Vamos, mamá. Tú sabes muy bien que eso es lo importante.
Mamá soltó una carcajada dejando mi taza frente a mí. Mis padres eran lo suficientemente liberales como para hablar de cualquier tema frente a ellos. Claro que Rees estaba siendo sarcástico.
—¡Oh, Dios! —Mamá negaba con la cabeza, desesperada—.
Esa plática tenla con tu padre, no conmigo.
—¿No fuiste tú su primera y última? —pregunté al ver que mamá había sugerido ese tema con mi hermano.
—Sí, así es y más le vale que sea la última. No me gusta compartir. Pero sus amigos pasaron por un par antes de llegar a la correcta. Los hombres hablan de más, sobre todo de sexo, por lo que le puede enseñar a tu hermano…
—¡Basta! Mucha información. —Rees se puso de pie—. Recibí educación sexual hace unos años, además me criaste bien. Sé que tengo que usar condón y no meter a Big—Rees en todos lados.
—¿Big—Rees? —dije, repitiendo lo que acababa de decir—.
No me jodas, Rees. Le pusiste nombre a tu pene. ¿En serio?
Mi hermano no respondió, la había cagado en decírmelo y yo
no era de las que me quedaría callada. Esta era la mejor forma de molestarlo. Viendo su parte íntima descaradamente, solté una carcajada. No iba a admitir que mi hermano tenía un bulto bastante grande, mucho menos me interesaba saber su tamaño o algo por el estilo, su reputación ya hablaba por si sola y no es tema de mi interés.
—Mini—Rees. —Asentí con la cabeza—. Te va más.
—Okey, esta no es plática para su madre —dijo mamá, poniéndose de pie. Sin decir más, salió de la habitación.
Los dos nos acostamos en la cama partiéndonos de la risa. Las cosas nunca cambiaban. Rees y yo éramos muy unidos. Todo lo hacíamos juntos, bueno, excepto ir al baño. Eso sí sería extraño. Tomamos nuestro chocolate caliente, como era normal en las mañanas. Algo que distinguía a esta familia era el pastel de Nutella, el chocolate caliente y todo lo que tenga que ver con esa cosa café.
—Vamos a ir hoy a la fiesta de los Collingwood —anunció Rees—. Lou pasará por nosotros a eso de las siete. No seas una niña y te tardes tres horas. ¿Está bien?
Enojada por su comentario decidí discretamente tomar un pedazo de pastel con una mano. Con mi mano libre, lo distraje. Siempre caía en la trampa. Le señalé la cara, comentándole que se había manchado. Tomando la única servilleta que estaba en la bandeja que mamá dejó, Rees empezó a limpiarse la supuesta mancha.
—¿Ya? —preguntó, tirando el papelito blanco.
—Nop, aquí te faltó —acerqué mi mano lo más rápido que pude, le llené la cara de chocolate. No me importó que las migajas mancharan mi cama. Ya cambiarían el cubrecama.
—¡Maldición, Hol! ¿Pero qué te pasa?
—Y ni creas que voy a chuparte la cara. Que quede claro.
—Asqueroso.
Rees me dio un beso en la frente antes de salir corriendo al baño a limpiarse la cara. Era lo bueno de Rees, nunca reaccionaba mal cuando le hacía algo. Siempre fue calmado, el más calmado de los tres. ¿Ya les hablé de Louis? Bueno, pues Louis es hijo del mejor amigo de papá, Lui Montgomery, él murió de cáncer hace muchísimo tiempo y papá literalmente es el padre que Louis nunca tuvo.
Me encogí de hombros viendo a mi hermano partir de mi habitación aún reclamando el chocolate en su rostro. No le molestaba en sí, mi hermano aceptaba la mitad de mis bromas, con tal de que no pasaran de ser pesadas nivel abusivo, todo estaba bien.
Lou apareció en casa, con su convertible y la música a todo volumen. Se bajó de una manera demasiado atractiva, con su cabello rubio, una chaqueta formal color azul marino, camisa celeste y vaqueros oscuros con zapatos formales. Un look increíble para ir casual, le daba nueve de diez por ese estilo.
Estaba lista para subirme en el sillón delantero, amaba ese auto. Rees estaba retrasado —como siempre— y Lou le gritaba como loco que se diera prisa. Papá salió a darle indicaciones a Lou de nada de estar manejando bajo efectos del alcohol como buen padre que era.
—Si te emborrachas, me llamas. Llevas a mi princesa ahí dentro —Papá señaló el auto.
—Sin problema, Tío Will. Lo prometo, ella es mi princesa también y lo sabes.
Siempre me llamaban la princesa. Era un apodo demasiado estúpido, pero ya qué. Me encanta.