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Mi Jefe

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Introdução

La primera vez encontrarme con Grant Leighton, no le di una buena impresión. Estaba escondida en el pasillo del baño de un restaurante, dejando un mensaje a mi mejor amigo para que me salvara de mi horrible cita. Él lo oyó y, más tarde, este guapísimo desconocido y su cita igual de fascinante aparecieron de repente en nuestra mesa. Fingió que nos conocíamos y se unió a nosotros, contándonos elaboradas y embarazosas historias sobre nuestra falsa infancia. Mi cita pasó de aburrida a extrañamente emocionante. Cuando terminamos y nos despedimos, pensé en él más de lo que jamás hubiera admitido, aunque sabía que no volvería a verlo. ¿Qué posibilidades había de volver a encontrarme con él en una ciudad de ocho millones de habitantes? Por otra parte... ¿Qué posibilidades había de que un mes después acabara siendo mi nuevo jefe?
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Chapter 1

‘Si quieres saber dónde está tu corazón, mira hacia dónde vaga tu mente’.

—Anónimo.

****

Chrissy

¡Qué pena desperdiciar unas piernas suaves y depiladas!

“¿Judy? Soy Chrissy. ¿Dónde diablos estás? ¡Te necesito! Escucha… Esta es la peor cita que he tenido, ¡literalmente me estoy quedando dormida! Estuve a punto de golpear mi cabeza contra la mesa a ver si así me mantenía despierta… A menos que quieras verme ensangrentada y magullada, ¡llámame enseguida y di que es una emergencia! ¡Devuélveme la llamada, por favor!”

Pulsé la opción de finalizar llamada y dejé escapar un suspiro de frustración, mientras permanecía de pie frente al tocador de damas al fondo del restaurante. De pronto, en medio de la penumbra del pasillo, una voz profunda detrás de mí me tomó por sorpresa: “¡A menos que además de aburrido sea idiota, se va a dar cuenta!”

“¿Disculpe?” Me volví y observé a un hombre apoyado contra la pared, concentrado en enviar mensajes de texto. Ni por cortesía se molestó en levantar la vista.

“Es el truco más viejo del mundo… Me refiero a la llamada de emergencia… Lo menos que puedes hacer es esforzarte un poco. Se tarda dos meses en conseguir una reserva en este lugar, ¡y no es barato, cariño!”

“En ese caso, tal vez él debió esforzarse más. Su chaqueta tiene un agujero enorme debajo del brazo y no ha hecho más que hablar de su madre en toda la noche…”

“¿No te detuviste a pensar que tu actitud prepotente le pone nervioso?”

Casi se me salieron los ojos de las órbitas: “¡Miren quién habla de prepotencia!… Escuchas a hurtadillas mi conversación y me das tus opiniones no deseadas mientras miras tu móvil. ¡Y ni siquiera te molestas en ver a tu interlocutora!”

Los dedos del pelmazo se congelaron en mitad de un texto. Luego vi cómo alzaba la cabeza y sus ojos subieron pausadamente desde mis tobillos, pasando por mis piernas descubiertas, deteniéndose en el dobladillo de mi falda antes de continuar por mis caderas, demorándose en mis pechos antes de posarse finalmente en mi cara.

“¡Sí, vas bien! ¡Aquí arriba! Estos son mis ojos”.

Se apartó de la pared y se irguió, atrapando en su rostro el solitario haz de luz que iluminaba el pasillo. Entonces pude verle claramente por primera vez.

Con franqueza, no era lo que yo esperaba. Con esa voz profunda y áspera y esa actitud, supuse que era un hombre mayor, probablemente vestido con un sobrio traje de negocios. Pero este tipo era muy apuesto, ¡joven y apuesto! Vestía completamente de negro, sencillo y elegante, pero con un aire atrevido. Llevaba el cabello castaño dorado despeinado de esa forma tan sexy que gritaba: ‘todo me importa un bledo’, pero que igual se veía perfecto. Rasgos fuertes y masculinos: una mandíbula cuadrada y robusta cubierta de barba de un día sobre una piel bronceada, nariz recta y prominente y unos ojos grandes, sexis y soñolientos de color chocolate que, por cierto, ahora me miraban fijamente.

Sin apartar la mirada, puso los brazos por encima de la cabeza: “¿Quieres comprobar si mi ropa tiene agujeros antes de decidir si merece la pena hablar conmigo?”

Era guapo, sí, pero definitivamente un tarado. “No es necesario, tu actitud decidió por mí y dijo que no”.

Se rio entre dientes mientras bajaba los brazos: “Como gustes… Bueno, intenta disfrutar el resto de la velada, cariño”.

Resoplé, pero le di una última mirada fugaz al guapísimo imbécil antes de regresar a la mesa donde me esperaba mi cita.

Cuando volví a mi sitio en la mesa, Stephen seguía sentado con las manos cruzadas.

“Siento la tardanza, había fila para entrar al tocador”, mentí.

“Eso me recuerda una historia divertida. Esta vez, estaba en un restaurante con mi madre, y cuando ella fue al baño de señoras…”

Su voz se apagó mientras yo miraba mi teléfono, ansiosa de que sonara: ‘¡Mald*ción, Judy!, ¿dónde estás cuando te necesito?’ Hacia la mitad de la historia

al menos creo que era la mitad

noté que el imbéc*l del baño pasaba junto a nuestra mesa. Me sonrió después de echar un vistazo a mi cita divagante y a mi evidente cara de desinterés. Por curiosidad, seguí su camino para ver con quién había venido.

¡Estos eran los hechos!

Rubia artificial, más o menos guapa, pero con un aire de put*lla y muchas tet*s desbordando su escotado vestido. Le hizo ojitos al tipo cuando volvió, y yo puse los míos en blanco. En fin… No podía evitar echar uno que otro vistazo a su mesa de vez en cuando.

Cuando llegaron nuestras ensaladas, Stephen estaba hablando de la reciente apendicectomía de su madre, lo cual me aburría particularmente. Probablemente, perdí la noción del tiempo y me demoré más de lo debido, porque el tipo del baño me sorprendió mirándolo. Me guiñó un ojo en la distancia, arqueó una ceja y alzó su vaso en mi dirección.

¡Idi*ta!

Ya que me había pillado, ¿por qué molestarme en ocultar que le estaba mirando? Desde luego, el hombre era más interesante que mi cita. Y por lo visto, él tampoco tenía reparos en mirar en mi dirección. Cuando un camarero se detuvo junto a su mesa, vi cómo el guapo sujeto señalaba en mi dirección, hablando. Stephen seguía contando alguna historia sobre su mamita querida cuando yo giré la cabeza para ver qué podía estar señalando el atractivo imbécil del otro lado del salón. Leyendo sus labios, pude entender algo de lo que decía… algo sobre reunirse con un viejo amigo, pensé. Entonces, de repente, se levantaron y vinieron directamente hacia nuestra mesa.

¿Iría a contarle a Stephen lo que escuchó?

“¡Chrissy! ¿Eres tú?”, exclamó.

¡¿Qué diablos…?!

“Humm… sí”.

“¡Guau! ¡Ha pasado mucho tiempo!” Se dio unas palmaditas en el pecho y siguió con entusiasmo: “¡Soy yo, Grant!” Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, el imbécil

que aparentemente se llamaba Grant

se inclinó y me abrazó con un abrazo de oso. Mientras estaba en sus brazos, susurró: “¡Sigue el juego, hagamos que tu noche sea más emocionante, cariño!”

Atónita, solo pude mirar mientras él se volvía a Stephen y le extendía la mano.

“¡Soy Grant Leighton! Chrissy y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo”.

“¡Stephen Warren!”, asintió cortésmente mi acompañante.

“Stephen, ¿te importa si nos sentamos con ustedes? Han pasado años desde que Bellota y yo nos vimos la última vez. Me encantaría que nos pusiéramos al día… No te importa, ¿verdad?”

Aunque había hecho una pregunta, Grant no esperó una respuesta. En cambio, sacó una silla para su acompañante y la presentó.

“Esta es Jocelyn…” Él la miró como pidiendo ayuda y ella llenó el espacio en blanco.

“… O’Brien, Jocelyn O’Brien”, sonrió, impávida por nuestra nueva cita doble y la obvia incapacidad de Grant para recordar su apellido.

Stephen, por otro lado, parecía decepcionado de que nuestro dúo ahora fuera un cuarteto, aunque estaba segura de que nunca lo diría en voz alta.

Miró a Grant mientras se sentaba: “¿Bellota?”

“Así es como solíamos llamarla. Mi superheroína favorita…”

Una vez que Grant y Jocelyn estuvieron sentados, hubo un breve momento de incomodidad. Sorprendentemente, fue Stephen quien lo rompió: “¿Y de dónde se conocen ustedes dos?”

Aunque Stephen hizo la pregunta mirándonos a ambos, yo quería dejarle claro a Grant que él era el que estaba en el banquillo. Este era su pequeño juego.

“Dejaré que Grant te cuente sobre la primera vez que nos vimos. De hecho, ¡es una historia realmente divertida!” Apoyé los codos sobre la mesa y crucé las manos bajo la barbilla, centrando toda mi atención en Grant, mientras pestañeaba con una sonrisa maliciosa.

Él, por su parte, no se inmutó, ni necesitó más que unos segundos para inventar una historia: “Bueno, en realidad no pasó nada divertido cuando nos conocimos… Eso vino después. Verán: mis padres se separaron cuando yo estaba en octavo grado y tuve que cambiar de colegio. Me sentía miserable hasta que vi a Chrissy en el autobús, la primera semana. Era la chica guapa intocable, pero yo no tenía amigos que me romperían las pelotas si la invitaba a salir y ella me rechazaba. Así que, aunque estaba un año más adelantada, la invité al baile de octavo. ¡Vaya que me sorprendió cuando dijo que sí!”

“En fin… Yo era joven, con una buena dosis de testosterona, y se me metió en la cabeza que ella iba a ser mi primer beso. Todos mis compañeros de mi antiguo colegio ya habían conseguido el suyo, y pensé que había llegado mi hora. Así que cuando terminó el baile, saqué a Bellota del mísero gimnasio decorado con papel crepé y globos y la llevé al vestíbulo para tener algo de privacidad. Por supuesto, al ser mi primera vez, no tenía ni idea de qué esperar. Pero lo intenté, me acerqué y empecé a lamerle la mejilla…”

Grant hizo una pausa y me guiñó un ojo. “Todo estuvo bien hasta entonces, ¿no es así, Bellota?”