La tormenta de julio era tan implacable como siempre. En medio de toda la tempestad, una mujer gravemente mutilada yacía en un charco de agua fangosa. El dorso de su mano estaba siendo pisoteado por el pie de otra mujer. "Miranda, Miranda, ¿no estabas tan engreída diciendo que nunca te inclinarías ante mí? ¡Bueno, ahora puedes mirarme desde ahí mientras rompo todos tus tendones de las manos y los pies!" exclamó la mujer con una burla condescendiente. Miró de reojo a los dos hombres que la acompañaban con un gesto para incitarlos a actuar.
Pobre Miranda Yates, cuya vida ya pendía de un hilo. Lo único que la mantenía con vida era su orgullo. Aun así, todavía levantó la cabeza obstinadamente y miró a la malvada mujer frente a ella. Estaba cubierta de sangre, pero sus ojos eran claros y estaban llenos del odio más puro, una mirada tan espeluznante como la noche torrencial en la que yacían.
La mujer casi murió de puro susto por aquella mirada, pero su deseo de venganza fue mucho más fuerte. "¿Acaso les dije que se quedaran ahí parados como un par de tontos? Muévanse y quítenla de en medio. Quiero saber si seguirá mirándome de esa forma tan repulsiva cuando muera," les ordenó a sus dos acompañantes.
Ellos, llamados a la acción, obedecieron y levantaron a Miranda, ya preparados para arrojarla al foso, como si no fuera más que un saco de puros huesos. Miranda sabía que hoy sería el día de su muerte. Nunca pensó que estaría en una situación tan miserable solo por haber confiado en la persona equivocada y haber confundido su sinceridad.
¡Pero cada fibra de su cuerpo se negaba a rendirse ante la muerte! A medida que su conciencia se desvaneció con lentitud, pudo ver toda su vida pasar ante sus ojos. Nunca pensó que sería posible hasta ahora, pero ya era demasiado tarde. Se remontó a los días en los que todavía era la amada hija de la familia Yates. Si tan solo no se hubiera enamorado de la persona equivocada. Si tan solo no hubiera desperdiciado seis años de su vida, aguardando en prisión solo porque un hombre le había prometido que se casaría con ella y la haría feliz. Si tan solo no hubiera cortado sus lazos familiares sin vacilar. Si tan solo no hubiera hecho nada de eso, su padre no habría muerto por un paro cardíaco, su madre no se habría prendido fuego a sí misma y su hermano no habría sido envenenado ni declarado con muerte cerebral, confinado a la cama por el resto de su vida, ¡por el resto de su vida!
Ella se lo había entregado todo, solo para que aquel hombre la echara de su vida con un simple "¡Piérdete!". Sus palabras todavía resonaban como un bucle dentro de sus oídos. Eran estas un crudo recordatorio de su fracaso, una manifestación de su desilusión.
El dolor se apoderó de ella como una marea, ¿o acaso era solo la tormenta? Estando tan cerca de la muerte, Miranda ya no podía sentir miedo. Su negativa a morir era la única adrenalina que corría por sus venas.
En ese momento, la mujer que yacía parada no muy lejos de ahí, le dio el golpe final. Con la arrogancia y el placer típicos de un ganador, confesó: "Oh, supongo que todavía no tienes idea, ¿verdad? Yo fui quien cambió los medicamentos de tu padre y le eché gasolina al cuerpo de tu madre para quemarla. Ah, y el veneno de tu hermano... esa también fue obra mía. Incluso tu prometido, a quien amas con todo tu corazón, ha estado acost*ndose conmigo todo este tiempo." Su risa sonó como un estruendo. "¡Si quieres culpar a alguien, cúlpate a ti misma por ser demasiado tonta como para no darte cuenta de lo que sucedía a tu alrededor! Al hombre osado, la fortuna le da la mano, Miranda."
La verdad congeló la sangre de Miranda. Sintió su cuerpo temblar por completo, su mente se puso en blanco y sus sentidos se adormecieron. En un instante, sus ojos parecían inyectados con sangre y gritó con las pocas fuerzas que le quedaban: "¡Sherry Evans! Te juro que me las vas a pagar con tu propia sangre."
Sin embargo, mientras emitía sus últimas palabras, la adrenalina dejó su cuerpo frío y sus ojos se nublaron por completo hasta que perdió el conocimiento.
¿Era así como iba a terminar su vida? Su conciencia se negaba a abandonar su cuerpo, agobiada por capas y capas de resentimiento. Se negó a ir al infierno. Su hora aún no había llegado. Haría cualquier cosa por tener otra oportunidad de vivir.
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Otro rayo de luz hizo brillar el cielo. Miranda se despertó sobresaltada, con los ojos muy abiertos.
La luz del sol se filtraba por los espacios entre las hojas, por lo que acarició algunas partes de su rostro.
Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que estaba acostada en un páramo fangoso y que todo su cuerpo estaba sucio y maloliente.
Quedó atónita. '¿Dónde... estoy? ¿Estoy en el cielo o el infierno?'
'¿Por qué todo sigue igual al día de mi décimo noveno cumpleaños?'
Aquel día había quedado profundamente grabado en su memoria. Acampaba junto con su grupo de compañeros de clase y amigos en el campo. Se había preparado muy bien para confesarse a su prometido, Matthew Louis.
Pero al frío y despiadado Matthew no le importaban sus sentimientos en absoluto. "Miranda, ¿qué te hace pensar que mereces a alguien como yo? ¿Quién demonios te metió esa idea en la cabeza? No eres más que otra chica fea para mí y siempre lo serás. Nunca, jamás, me enamoraré de ti. Ni en esta vida ni en la otra, por si acaso."
Estas palabras tan crueles y humillantes fueron como puñales que se clavaron en su corazón. Estaba tan enojada que se fue corriendo y se perdió en el camino. Perdió el equilibrio y, de pronto, rodó colina abajo.
Al recordar el pasado, Miranda incluso quiso golpearse la cabeza contra el árbol. 'No era más que una p*rra cobarde,' pensó. Sin embargo, en el momento en que levantó las manos, se dio cuenta de que estaban blancas e impecables, sin ninguna suciedad ni cicatrices. Pero... ¿no había muerto en esa noche fría y lluviosa? Se hundió en la incredulidad, que luego dio paso a la perplejidad para terminar en aceptación.
¿Podría ser...? Emocionada, se abofeteó con fuerza en el rostro y el dolor ardiente se extendió por sus mejillas, lo que le permitió aferrarse más a la realidad. ¡Había renacido! ¡Había vuelto a ser la misma chica de diecinueve años!
"Estoy... viva..." exclamó de repente con una sonrisa en el rostro y lágrimas en los ojos.
Había memorizado, como una cicatriz de quemadura en la frente, hasta el último detalle de la injusticia y el maltrato que había sufrido en su vida anterior. Si en su vida anterior había sido una chica que había puesto el romance y el amor por encima de todo, se aseguraría de no volver a cometer el mismo error en su segunda vida. Fue debido a su ingenuidad que, en el pasado, Sherry Evans había tenido la oportunidad de arruinar su vida. Su voz —"Al hombre osado, la fortuna le da la mano, Miranda"— aún resonaba en sus oídos como un recordatorio constante de hasta dónde podía llegar un ser humano para saciar su deseo. Fue una lección aprendida de la manera más difícil. Y la había aprendido gracias a esa mujer, cuya codicia y deseos no conocían los límites.
Afortunadamente, Dios le había concedido una segunda oportunidad para vengarse. En ese momento, la tragedia de su familia aún no había ocurrido y todavía tenía la oportunidad de cambiar el curso de su destino. ¡A lo mejor la justicia tardaba, pero nunca faltaba! Y esta vez, se iba a encargar de que eso sucediera con sus propias manos! Se secó las lágrimas y estuvo a punto de volver cuando escuchó el sonido del celular en su bolsillo.
Era una llamada de Matthew Louis y la fecha de su celular fortaleció su teoría de que había regresado en el tiempo, al día de su décimo noveno cumpleaños.
La alianza matrimonial entre ella y Matthew se había arreglado solo porque su abuelo quería verlos casados. Matthew nunca la había reconocido como prometida y siempre había hecho comentarios sarcásticos sobre su supuesto matrimonio. Sin embargo, Miranda había estado dispuesta a amarlo y a dedicar su vida a él por completo.
Luego, de manera repentina, Matthew cambió su actitud y decidió que se casaría con ella. No obstante, en retrospectiva, solo quería que ella fuera el chivo expiatorio de su amada mujer y que fuera encarcelada durante cuatro años. Ella, con gran locura, había accedido.
Por ello, no había dudado en ir en contra de sus padres. Al final, su padre se vio envuelto en un callejón sin salida, la familia Yates fue atacada por todos lados y terminó en bancarrota. Todos sus sacrificios solo sirvieron para un "¡Piérdete!" por parte de aquel despiadado hombre.
Pensando en su vida pasada, sonrió con amargura y contestó la llamada. Desde el otro lado del celular, llegó la voz áspera de Matthew: "Escucha, Miranda, ¿quieres dejar de ser una prima donna tan sensible? Ya te dije hace tiempo que no me gustas. ¿Y ahora qué? Tu berrinche no hará que cambie de opinión."
'Hay cosas que nunca cambian,' pensó ella. Si nació como un desgr*ciado, siempre sería un desgr*ciado. Se sintió abrumada por el impulso de agarrarlo por el cuello y administrarle todos los métodos de tortura que se habían registrado en la historia de la civilización. Pero solo inclinó la cabeza recordando cómo había respondido en su vida pasada: "No importa si no me amas. Seré feliz si tan solo puedo quedarme a tu lado..."
'Cielos, este tono de chica sumisa me hará vomitar,' pensó para sus adentros.
Las comisuras de su boca se torcieron mientras espetaba palabra por palabra: "J*dete, hijo de p*ta."