"¡Está entrando en trabajo de parto!"
"¡Estoy teniendo a mi bebé! ¡Esta vez de verdad!"
"Jajaja... ¡por fin! ¡Mi pequeña está finalmente llegando al mundo!"
Mientras la mayoría de las mujeres gritaban y lloraban camino a la sala de partos, Victoria Thoreau sonreía como tonta.
Había estado casada por nueve años y ya había dado a luz a siete hijos. Siete.
¿Este bebé? Era un milagro, concebida gracias a una variedad de tratamientos de fertilidad de última generación. Una hija al fin.
Después de esto, oficialmente retiraría su útero. No más niños.
Justo tres horas después, los titulares en todas partes anunciaban la gran noticia: Alexander Grant, el magnate inmobiliario, había dado la bienvenida a una niña.
El hombre estaba tan feliz que, de inmediato, donó 500 millones al hospital.
Incluso dio a cada miembro del personal en el área de maternidad más de un millón a cada uno—en efectivo. Incluso la señora de la limpieza salió usando una cadena de oro tan gruesa como un dedo.
Pero mientras todo el hospital estaba lleno de alegría, la Habitación 144 tenía un ambiente completamente diferente.
Grace Gardner, acostada en su cama de hospital, mostraba una sonrisa torcida y fría.
Y cuando sus ojos se posaron en el recién nacido a su lado, esa sonrisa se volvió casi asesina.
Extendió la mano, sus dedos rodeando el pequeño cuello del bebé, riendo como si hubiera perdido la cordura.
"Jajaja… Oh, Victoria, siempre me has superado. Pero, ¿acaso imaginaste esto? ¿Tu preciosa niña? A punto de morir a mis manos. Y tú y tu perfecto Alexander terminarán criando a mi hija como si fuera realeza… Jajaja…"
"¡Waaah! *tos tos* ¡waaaah—"
El recién nacido se atragantó y se puso morado, luchando por respirar.
Andrew Collins, que estaba cerca, se apresuró a apartar la mano de Grace.
"¡Grace! ¡Cariño! Solo queríamos tener una oportunidad de vivir en grande, ¡no cometer un asesinato!"
Grace respiró hondo varias veces, lentamente recuperando la compostura.
"Tienes razón. Si esto llega a descubrirse, solo podemos culpar al hospital—decir que confundieron a los bebés o algo así. Pero si llego a matar a este mocoso... incluso si tuviéramos todo el dinero del mundo, ¿de qué nos serviría si no estoy viva para gastarlo?"
"Amor, ve a encargarte de los papeles de alta ahora mismo y busca un lugar apartado para deshacerte de ese maldito bebé. Mi hermana acaba de dar a luz a una niña hace unos días—la criaremos en su lugar. Así, nadie lo sabrá nunca."
"¡De acuerdo! Cariño, pero dado que Victoria siempre te ha tratado como a una mejor amiga, tal vez deberías ir a decírselo tú misma antes de que nos vayamos del hospital."
"Sí, buena idea. Aprovecharé para ver a mi hija también."
...
Veinte años después.
Comisaría.
"Sophia Bennett, Olivia Grant, su caso de pelea está cerrado. Llamen a sus padres para que vengan a firmar los papeles y las recojan. Luego pueden irse."
Olivia lanzó una mirada helada a Sophia antes de salir furiosa a llamar a su papá.
Sophia, aún sentada miserablemente en el frío banco, le lanzó al oficial—cuya imagen entera gritaba ‘estricto’—su mejor mirada de cachorrito y preguntó, "Oficial, eh... ya estoy casada. ¿Puede venir mi esposo a recogerme en su lugar?"
En sus días de escuela, siempre eran mamá o papá quienes acudían ya sea a la oficina del director o a la comisaría. Pero ahora ella era una estudiante de posgrado. Honestamente, no podía enfrentar arrastrar a sus padres a este lío de nuevo.
El policía levantó una ceja escéptica. "¿Estás casada? ¿Tienes un certificado de matrimonio para probarlo?"
Solo estaba cumpliendo con el procedimiento—de ninguna manera una chica de 20 años iba a presentarse con una licencia de matrimonio.
Pero entonces Sophia sacó con indiferencia un librito rojo de su mochila.
Efectivamente, su nombre estaba ahí en la licencia de matrimonio.
¿Y el nombre del esposo—James Porter?
Espera, ¿el James Porter? ¿El tipo cuyo nombre por sí solo podía sacudir a todo Huadu?
Bueno, sin importar quién fuera él, el oficial tenía reglas que seguir.
"Está bien, que venga tu esposo a firmar tu salida."
"¡Muchas gracias, oficial!"
Sophia inmediatamente sacó su teléfono y marcó el número del hombre con quien se había casado legalmente hacía seis meses... aunque nunca se habían conocido en persona.
En ese momento, James Porter estaba profundamente concentrado en una reunión. Vio un número desconocido aparecer en su pantalla y presionó ‘rechazar’ sin pensarlo.
Luego, un mensaje apareció de inmediato.
[Hola Sr. Porter—ehh, ¿hola esposo? Honestamente, no estoy segura de cómo llamarte ya que esto es un poco incómodo. Soy Sophia Bennett, tu esposa
según los papeles
. Así que... tuve un pequeño altercado en la escuela y terminé en la comisaría. Si estás libre, ¿podrías venir a firmar mi salida? ¡Gracias!]
